o de CÓMO NOS ENTRETENEMOS CON EL BALÓN DE LA INDIFERENCIA

Y mi desinterés por los mundiales, no es por el nivel futbolístico (cosa siempre impecable), sino más bien por lo que camina
detrás de estos eventos, escollos que, para mí, son francamente insalvables.
En México 70, la corruptela de turno hizo su agosto con tan tremendo festín, y
ya desde las Olimpiadas del 68 (organizado en México), hubo todo este dictamen
de silenciar cualquier voz que se eleve en contra de estos magnos eventos y que
podrían dar una mala imagen al Gobierno de turno. La matanza de estudiantes,
los secuestros y el arrinconamiento de vagabundos y gente pobre, de los lugares
cercanos a donde se realizarían los juegos, fue una constante.
Las masacres de Tlatelolco, las detenciones arbitrarias y el terror de estado en aquel México del 68, 69 y 70, han quedado marcados en la memoria mexicana, asociadas a un escandaloso balón de fútbol.
En Argentina 78 la Dictadura
de Videla hizo lo propio que su par mexicana y encarceló, deportó y desapareció
a cientos, miles de ciudadanos, para dar una imagen de "orden y
limpieza" en un país que ya venía siendo masacrado y torturado por los militares.
Y ahora tenemos a Brasil, un país visto como una gran potencia, casi casi un
país del primer mundo, pero que no ha sabido ser capaz de derrotar a la pobreza,
teniendo a su policía, la policía militar y la policía especial, como los
brazos más notorios (y nada discretos) de una brutalidad
que se ha incrementado –oh qué casualidad- justo en estas fechas, cuando ya se
viene el dichoso Mundial de Fútbol.
Las versiones de
asesinatos de niños y adolescentes abandonados o escapados, y que solo tienen
la calle como único domicilio, y las protestas de la sociedad carioca que ha
salido en masa a marchar por las calles, han dado la vuelta al mundo. Aunque, claro, lógicamente, no ha detenido un milímetro lo que será el Mundial mais grande do
mundo…
Pero bueno, yo sé que
esto no va a detener el deseo de sentarse frente al televisor a disfrutar del
mejor fútbol del planeta. Al menos, lo que es yo, lo único que sentiré, cada
vez que vea de pasada algún pedazo de partido (en algún restaurante, en una
oficina, en la bodega donde compre mis gomitas, etc), será que este es otro
mundial, construido sobre el clásico abuso de poder, pasando por encima de los clamores de una población que prefiere un Colegio a un nuevo Estadio, edificado sobre cientos de cadáveres
y sobre toneladas y toneladas de maldita indiferencia.