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Kimba (derch), junto a Fercho, Daniel F y Pelo Madueño (fotoAvión) |
Hace
unos días recibí la visita de dos músicos amigos míos, con los que trabajé a
inicio de los 90s, David Rengifo y el Toño Ruales ‘Churro Crudo’. Con ellos, junto con otro compadre que hoy radica en
Nueva York (Sandro Casas), hicimos un combo de hardcore llamado Dogma
SS, con quienes hicimos las delicias de grandes y chicos en el poco
iluminado circuito de punk core limeño. Y la reunión era a cuenta de que estamos
en todos estos planes de editar algún material nuestro de aquellos días,
material que, gracias a la precariedad de ese tiempo, nunca pudimos publicar.
Y entre propósitos y designios, comenzamos a recordar toda esa locura de tener una banda de rock no sólo en plena era de fujimorismos, cacería de brujas y paquetazos, sino en aquella etapa de la vida de un músico, donde te comienzas a cuestionar muchas cosas, te das de cabezazos contra la pared de la realidad, y comienzas a preguntarte si todas aquellas dramáticas eventualidades, valían la pena ser sufridas.
Y entre propósitos y designios, comenzamos a recordar toda esa locura de tener una banda de rock no sólo en plena era de fujimorismos, cacería de brujas y paquetazos, sino en aquella etapa de la vida de un músico, donde te comienzas a cuestionar muchas cosas, te das de cabezazos contra la pared de la realidad, y comienzas a preguntarte si todas aquellas dramáticas eventualidades, valían la pena ser sufridas.
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Toño Ruales, Daniel F y David Rengifo, en los días de Dogma SS |
Y una de estas eventualidades, era la de… caminar. Volvió a mi mente ese lapso de mi vida donde, sea el destino que sea, caminábamos. Sea la distancia que sea, pues caminábamos. De sólo recordar esas horas pasadas bajo el inclemente sol o envueltos en algún frío de Agosto, me comenzaron a doler las piernas y volví a hundirme en una época que (ya lo dije muchas veces) no quiero volver a pasar más en mi vida. Días que, desde la perspectiva de los mitómanos y ‘engaña muchachos’, eran días “pujantes”, “idílicos”, “revolucionarios”… cuando en realidad todo era una reverenda mierda.
Para ir a un ensayo, tomar una combi era un lujo. Agarrar un taxi, era impensable. Todos salíamos de nuestras casas con las monedas justas para hacer ‘la chancha’ respectiva para pagar la sala de ensayo y punto. Caminábamos por horas, sólo para juntarte con los compañeros y ensayar algunas canciones. La verdad, o éramos muy huevones o éramos tipos tan enamorados de lo que hacíamos, que casi podríamos llegar (todos esos conjuntos de la época) al podio de "próceres" del rock nacional.
Y haciendo todo este recuento de caminatas y viajes interminables, recordé la aventura de mi hermano Kimba. Era 1985 y Leusemia estaba en pleno fulgor. Como dirían los muchachos de ahora “la rompíamos donde chucha sea”… Los conciertos ya no eran sólo pequeñas y tumultuosas reuniones en algún patio. Eran conciertos "de verdad", Festivales donde ya podías medir fuerzas con agrupaciones más cuajadas, con equipos regulares y su respectiva cortina de luces, como para que las fotos en las revistas, salgan espectaculares. Aunque, claro, todavía seguían siendo eventos de paga diminuta y en unas condiciones muy poco respetuosas para con el músico.
Pues bien, quince días antes de un gran concierto, donde éramos una de las figuras principales, el Kimba desaparece. Los primeros dos días transcurrieron sin mucha zozobra, pues nos pareció parte de una de sus típicas evaporaciones, motivada por alguna juerga prolongada o por el tamaño del culo de la chica de turno.
Para el
cuarto día, ya la cosa se puso un poco picante. Alan García estaba en la silla
presidencial, y la rumorología decía que la política anti subversiva, incluía
desaparecer a los artistas que le eran incómodos al régimen. Recuerden que aún
no eran los días de la Internet
o de la telefonía celular, y no había forma de comunicarse directamente con
nadie. Para completar la fatalidad, el Kimba tampoco podía comunicarse con
nosotros, porque en nuestras casas, los teléfonos fijos o brillaban por su
ausencia o simplemente no caminaban por falta de pago. Así qué estábamos
totalmente en vilo y a merced completa y total de la incertidumbre. Recorrimos hospitales y morgues. Preguntamos a sus amigos más encarecidos y a los cantineros más frecuentados. Indagamos entre las muchas damas que se contaban entre sus amigas… y nada.
Hasta
que faltando un par de noches para la noche del concierto, los integrantes de
la banda y algunos allegados, nos reunimos en el balcón de mi casa, en la Unidad Vecinal # 3, a ver qué íbamos a decidir. En eso, en medio de la conversación, se escuchan los pasos de alguien subiendo
las escaleras. Volteamos para mirar, y era el desaparecido baterista de
Leusemia, con 20 kilos menos, su ropa echa un asco y sus pelos como desvencijados y descoloridos banderines.
- Oye, huevón!
–se escuchó en mancha- ¿Dónde mierda has estado, cojudo?
- Por ahí…
-dijo el Kimba, sin ánimo de dar mucho detalle
La cosa se puso un tanto festiva y
la risa comenzó a aflorar en el barrio. El Montaña pidió que alguien se ponga
unas cervezas, y nuestro amigo Edwin (de Zcuela Crrada) nos trajo unos
pancitos. A mi familia y a mí, el alma nos regresó al cuerpo, y el Kimba, luego
de saludar a medio mundo, entró en la casa, buscando lo que más urgía en esos
momentos: tomar un baño.
Ya cuando el asunto se puso más
equilibrado, le pregunté al Kimba que dónde había estado… Me miró y me dijo con
una jovial expresión:
- Fui a buscar nuestras raíces….
El atolondrado muchacho se había ido al Sur,
a ver si averiguaba algo sobre los orígenes de mi papá, porque cuando mi papá falleció (yo tenía 12 años), nunca hubo manera de sacarle algún tipo de información acerca de su verdadera procedencia.Con la familia de mi mamá siempre tuvimos contacto. Pero con la familia de mi papá, jamás. Mi papá simplemente enterró su pasado de manera tajante. Alguna vez dijo que era de Arequipa… Otras de Ica… y otras de Huancavelica…. y de Apurimac…. Así que el Kimba se había ido por el Sur de nuestra Patria a preguntar por los
numerosos Valdivia que hay en Cusco o en Arequipa. Intentando así encontrar algún
rastro, alguna pista que nos lleve a saber de dónde era el viejo Enrique que llegó a Lima en los 30’s. El Kimba trepó
camión, tiró dedo, caminó, caminó y caminó. Sobre todo eso: caminó. Y lo hizo
por días enteros, sin ninguna brújula que lo guíe, simplemente orientándose por
el instinto o por donde lo lleve la casualidad…

Claro, no encontró ni mierda. Pero al menos demostró ser alguien que le interesaba nuestra genealogía, una chamba que, años después, mi mamá en persona lograría coronar… Pero esa historia es otra historia, y se las contaré… otro día.