En
el otoño de 1969, la antigua tienda de trajes para señores y ternos a la medida,
se fue de su sitio en la calle Urrunaga. Tras llevarse sus enormes escaparates
que invadían vereda, el tramo ganó por lo menos medio metro. En su lugar se posesionó
una modesta tienda de discos, la que fue bautizada muy curiosamente como “Discos”.
Su dueño era un vecino nuestro, el sr. Zevallos, cuyo hermano menor –Víctor-
era muy amigo mío, siendo él quien me dateaba de las últimas ediciones llegadas
a Lima.
Un
día, a inicio de los 70’s, Víctor va a mi casa y me encuentra escuchando el “Sargento
Pimienta”. Al tomar la tapa del disco, mi compadre me dice:
- En mi tienda está este
disco, pero no es así… Se abre, como un álbum…
Yo
le dije que era imposible, que la edición “cerrada” era la única que había
llegado a Lima. Y él me porfiaba que la presentación era otra, y que adentro había
una imagen grande de los Beatles a todo color… No le hice caso. Pensé que
estaba delirando. Hasta que una tarde, su hermano mayor se pone a conversar con
mis hermanos y, efectivamente, un sujeto llegado de los EEUU, le había
obsequiado una versión del Sargento (la versión norteamericana, lógico), cuya
presentación le pareció tan singular y curiosa, que lo puso no a la venta, pero
sí en exhibición en su pequeño escaparate, como para “atraer clientes”… Y vaya
que los atrajo. Comenzaron a llegar en estampida, todos con ojivas de
desesperación y ofreciendo cifras impensadas. ¡Había un Sargento diferente en
Lima!!!...
La
cosa se tornó un poco incontrolable. Pues aparte de los clientes peruanos, llegaban
chilenos, ecuatorianos, argentinos… que quién sabe cómo se habrá corrido la voz.
Había tipos que se amanecían en la puerta de la tienda, esperando a que llegue
el sr. Zevallos. Algunos con ofrecimientos inauditos y otros simplemente para
mirarlo (al disco). Fue tal la cosa, que el Sr. Zevallos, ante tanta y tan
exagerada explosión de exigentes y desesperados, tuvo que sacar al dichoso
Sargento del exhibicionero y esconderlo.
Una
semana después, la tormenta amainó, pero la tienda cayó en una abulia total.
Nadie entraba. Como si el Sargento hubiera dejado una maldición o los clientes
insatisfechos hubieran volcado toda su enfadada pimienta sobre aquella
tiendecita, que ahora parecía estar rodeada por una nube de bitlemaniático
descontento.
Para fines de 1970, la tienda de discos “Discos”,
cerró sus puertas para siempre. (Daniel F)
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Haciendo la histórica portada. Nótese que aún estaba Hitler entre los personajes elegidos. |