Era 1973. Y ése año fue EL año. Por
alguna extraña coincidencia, a todos se les dio por hacer Obras Maestras (así,
con mayúsculas). No sabemos qué tenía el agua o el oxígeno en esos días, que de
pronto hasta los grupos de rock and roll más básicos y sencillos, plasmaron
para la posteridad, enormes y elevadas maravillas que aún hoy estamos esperando
a que alguien las supere.
Mi hermano Ricardo era un gran
entusiasta de todos estos sones. Y cuando salió El Lado Oscuro de la Luna (de Pink Floyd), le agarró tan tremendo
camote, que lo escuchaba día y noche, las 24 horas, sin parar. Yo siempre me
quedé con el Atom Heart Mother (que
es de 1970), pero mi hermano estaba tan poseído, que era imposible despegarlo
de ese lado oscuro en que había caído. Para la detonada cabeza de Ricardo, no había nada más grande sobre el planeta que aquel lunático disco,
veredicto que coincidía con la crítica mundial, que decía que el “Dark Side of
The Moon” era “el mejor disco de 1973”, consiguiendo una infinita infinidad de
nuevos fanáticos, amén de una treintena de Discos de Platino, incontables
Discos de Oro y múltiples Discos de Diamante.
Han pasado décadas, y mi Top-Ten Floyd no ha cambiado. Primero es
el Atom, luego el Meddle y mucho después el Dark Side. Pero no le vayan a ir
con el chisme a mi hermano Ricardo, se puede molestar. Él es de esos floydianos
susceptibles, cuyo delirio emocional sólo puede ser superado por los alocados
aspavientos de algún simpatizante de los Beatles o por fogosidades extremas de
algún vikingo del fútbol.