
Lo que pasa es que me gustó
su pinta, sus tornasoles extraños y lo sólido de su estructura. Tenía cuerpo
hexagonal, pero su boca (¿se dice así?) tenía doce lados. Me pareció curioso y
lo llevé. Lo puse en uno de los aparadores con paredes de vidrio que está en la
cocina, junto a las copas, vasos, tasas y demás vituallas para el brindis del
momento, cosa que lo miraríamos todos los días, mientras cocinábamos, le
dábamos de comer a los gatos o lavaba la vajilla.
Y es que el comercio y el
protocolo social, nos instruyen y aclaran que hay vasos y copas para cada
momento. No se permite beber un poco de agua en una copa destinada al vino o
tomar champagne en un garrafón chelero, o beber Wisky en una taza. Las damas y
los caballeros del rito social, se molestarían contigo.
Pero bueno, a los dos días,
a mí se me cae un plato y se hace cien pedazos. Mi mujer entró corriendo a la
cocina y me preguntó qué había ocurrido… Le dije que se me había resbalado un
plato mientras lo lavaba, y se exaltó como nunca, me dijo mi vida entera (la
parte menos bonita) y yo, como cojudo, le comencé a responder cual troglodita y
todo eso acabó en un zafarrancho que terminó con mi clásica y silenciosa salida
de la casa para evitar tragedias mayores.

Pero lo extraño es que –con
mi sosegada consorte- comenzamos a tener peleas por demás idiotas. Cualquier
minucia servía de detonante para agarrarnos en dialécticas trompadas, y ver
quién tenía el volumen más alto a la hora de la discusión. Y todas acababan con
mi clásica salida de la casa y comencé a tener por costumbre dormir en las
bancas del barrio, esperando que amanezca, y que el nuevo día traiga un poco de
sosiego al hogar, ese hogar que con tanto esfuerzo hemos estado levantando.
Alguien que nos visitó, muy
sensible él, nos dijo que en la casa había una carga extraña. No era la clásica
cantaleta que hay espíritus raros o cucos que pasean su pena por la vivienda y
que terminan contagiando sus malos humores a todos los residentes del inmueble.
No. Esto era otra cosa. Era muy puntual –nos dijo. Nosotros (mi pareja y yo) somos bastante creyentes en estos asuntos.
Tanto ella como éste desenfrenado pechito, hemos tenido experiencias o
convivido con sucesos que escapan a lo tradicional, y nuestros encuentros con
lo paranormal siempre han sido pan de cualquier día.
Y esto coincidió con un hecho
extraño en mi edificio. Un día que salí de compras, como cualquier pastrulo de
mi barrio, salió una señora de una de las ventanas de mi edificio y comenzó a
gritar –dirigiéndose a mí- y dijo que yo estaba
maldito y que me ayude Dios…

Luego, en mi casa, en una tarde de
limpiezas, estábamos sacando los vasos, copas y platitos del estante de la cocina,
incluyendo nuestro singular vaso hexagonal por abajo y dodecágono por arriba. Y
notamos que estaba más tornasolado que nunca. Es más, parecía que se estaba
oxidando (si es que eso fuera posible), y estaba como ‘mutando’ a un color
medio metálico. Nos pareció curioso, y lo dejamos ahí, en la mesa.
Y esa noche volvimos a estar
de mal humor. Hasta los gatos de la casa (que son 3) se comportaban de una
manera no tan habitual. Y en esta nueva pelea, ella se encerró en su cuarto
(con todos los gatos) y yo me quedé en el comedor. Apagué las luces y ya me
disponía a salir de la casa, cuando, en eso, vi el vaso ese que
estaba en la mesa, lo agarré, y el dichoso objeto estaba tibio y tenía un refulgente aunque mediano brillo… Y justo
cuando lo tenía en mis manos, suena el timbre de la puerta. Yo salgo con el
vaso en la mano, y era la señora loca del piso contiguo, que apenas vio el
vaso, se aterrorizó de tal manera que me dijo mi vida (la parte menos bonita) y
que, si seguía con “eso”, ni Dios me iba a ayudar.
Miré el vaso, miré a la tía
totalmente perturbada, y desde mi quinto piso bajé con el receptáculo por las
escaleras… Me crucé con una vecina que no le gusta subir por el ascensor, y le
mostré el vaso, ella lo vio y dijo… “¡Mira, tu vaso se está quebrando”. Y de verdad que el vaso había comenzado a dibujar notorias grietas, como si fuera a estallar. Yo lo seguía sosteniendo y la cosa comenzó a calentarse y a seguir agrietándose. De arriba la señora loca me gritaba (me imploraba) que de
inmediato me deshaga de ese vaso maldito…
Crucé la avenida y llegué hasta un
parque. Allí vi a unos señores haciendo fogata. Aproveché aquella pira y lance el quebrado vaso a
la hoguera… Comencé a oír el crujir de algo que se rompe y algo que asemejaba un sordos grito humano… O gritos de animal… O los dos combinados. Los señores
que atizaban el fuego, me miraron con cara de susto y me dijeron “¿qué has
tirado ahí, flaco?”… “Un vaso”, les dije… Y volvieron su vista al fuego y las llamas tomaron unas formas un tanto
fantasmagóricas, obligando a los tíos a correr… Yo me quedé mirando el fuego y
seguí oyendo cosas que no voy a repetir porque luego me dicen que ‘pa qué
fumo’… Hasta que ya no se oyó nada. Nada más que el clásico crepitar de las ramas cuando arden.
Me regresé a la casa y me
encontré con toda la familia y algunos vecinos, como esperándome o esperando
respuestas ante todo ese mediano alboroto que había acontecido. “¿Qué pasó?”, preguntaron. “Nada, solo fui a botar un vaso roto”. La
vecina loca tenía otro semblante. Ahora lanzaba sus ojos con una sugestiva sonrisa. Era la
mirada más amigable que le he visto a mi vecina.
Desde ese día, volvió la
calma a la casa y todo regresó a los carriles y a los equilibrios más normales y llevaderos. Incluso
el edificio retomó su tranquilo caminar.
Lo que es yo, ni más compro ni mierda
sin consultarle antes a un parasicólogo o a la vecina loca del piso contiguo.