jueves, 10 de diciembre de 2020

LOS EXTRAÑOS PERSONAJES DE NAVIDAD

  


- ¿Y esta foto? –le pregunté a mi mamá una tarde, mientras veíamos el álbum familiar.

- No sé, mi’hijito  –dijo mi mamá-  Deben ser amigos de tu papá, de algún carnaval o alguna broma…

 

                Era una nocturna y blanquinegra fotografía que se había apoderado de todas nuestras preguntas. Mostraba a tres personajes con los rostros semi cubiertos. Yo recuerdo que de niño esa foto estaba en un mejor estado y todavía se podía ver con exactitud algunos rasgos. Pero esa intrusa y nacarada bacteria que suele atacar a las fotos, ha recrudecido su virulencia en estos tiempos y se ha propuesto esconder sus confesiones. Ante la ausencia de mi papá, fallecido en 1973, y por todo este tipo de ataques promovido por los años, varias de esas imágenes que nos contaban historias, se volvieron imposibles de identificar... o de explicar.

 

                La fotografía, o los que se refugian en ella, intentan congelar esos breves lapsos que tenemos los humanos para no olvidar quiénes fuimos o para traernos de vuelta aquellos días en que aún soñábamos. Son segundos de obturadores y fractalidad intentando castigar la brevedad de la existencia, terminando por ser un incómodo testigo al degollado paso de los calendarios.  Nos vemos con vientres menos inadecuados, prendas un poco desacertadas y cabellera aún pilosa. Sin las fotografías, muchos o tal vez todos esos repasos, se velarían en el viento.  Aquella noche, le pedí prestado a mi mamá ese tremendo librote de fotos y me lo llevé a mi casa, pues tenía que hacer un trabajo sobre retrospectiva fotográfica. Pero en todo el trayecto me pasé observando, únicamente, aquella inexplicable reproducción de extraños personajes.

 



                Estando en mi domicilio, intenté encontrarle sentido a ese retrato. Seguí mirándolo hasta que el sueño me venció y de pronto me vi entre apresuradas calles de serpiente, con sus prisas y velocidades vertiginosas, con sus ríos de luz y sus atronadores gritos. En este sueño urbano, apareció mi mamá y mi hermano menor el Kimba. Llegaron en un vehículo abierto y con un conductor desconocido. Me invitaron a subir. Estuvimos dando vueltas por mucho rato, hasta que de pronto el panorama cambió radicalmente. La bulla dio paso a una serena urbe descansando en recogidos pastizales y rodeada de solitarias extensiones de campo. No soy muy erudito en esto de la arqueología urbana, pero aquel nuevo marco me era muy familiar. De pronto estábamos en lo que parecía ser un pedazo de la antigua Unidad Vecinal # 3, mi viejo barrio. Al principio dudaba un poco, pero el grito de mi hermano y la sorpresa de mi mamá –quien tiene más autoridad que yo para reconocer estos planos- lo confirmaron. Estábamos en la antigua Unidad Vecinal #3, la original, con sus chacras a los costados, su establo al frente y la Av. Colonial como única calle de vecino. Las piletas aún tenían agua, los pasadizos aún invitaban al paseo, y las anticucheras iluminaban la noche entre aquella ciudadela nevada por la luna.

 

                Entonces dije: “Pasemos por la casa, a ver cómo se veía en estos tiempos”. El carro dio un giro y nos enrumbamos al sector donde están los Blocks 5 y 6. Pasamos por sobre pastos eternos hasta llegar a nuestra fachada. Nos bajamos de la movilidad y vimos cómo aquel extraño auto se retiraba con su desconocido conductor. Miramos de nuevo los edificios y miramos nuestra casa. Aquella vieja casa que nos vio crecer, llorar, donde pronunciamos nuestras primeras palabras y esbozamos nuestros primeros espejismos. Al rato nos percatamos de unas luces que tintineaban en varias ventanas, naranjas, verdes, rojas… “¡Feliz Navidad, vecinos!” –dijo un señor que pasó raudo en una bicicleta. Estábamos en Nochebuena.

 

                Comencé entonces a recordar las remotas navidades que tuvimos. De cuando mi mamá, ante la falta de algo mejor o más lujoso, hacía nuestro Nacimiento con figuras de papel que venían en periódicos o revistas y que mi mamá recortaba y las colocaba en el pesebre… también de papel.  Nunca tuvimos un árbol. No como los vecinos que todos siempre posaban orgullosos ante enormes y muy navideños árboles. Aun así, las Navidades siempre fueron muy especiales y muy felices, pues todo era compensado con lo que salía de nuestros corazones. Tal vez la única Navidad que la sentimos más que incompleta, fue la primera sin mi papá, en Diciembre de 1973. 

 

                En ese instante nos sobrevino un único y atropellado pensamiento: “Vamos a ver a mi Papá”. Pues si estábamos en aquel agudo pasado, tal vez podríamos tener la suerte de ver a mi papá. Así que nos encaminamos a 'la casa'. Subimos las escaleras hasta que, de pronto, estando en aquel balcón de media luna, nos detuvimos. Era el Kimba quien lanzaba una sagaz reflexión: “No nos pueden ver así. No nos pueden ver el rostro. No sabemos qué año es. No sabemos a quién vamos a encontrar… No estamos preparados para esto ni ellos tampoco...” Entonces decidimos cubrirnos la cara y enfrentar lo que venga.  Pero antes de tocar la puerta, estando ya a unos centímetros, el Kimba, quien al parecer estaba muy reflexivo esa noche, vuelve a hacer una sesuda ponderación: “¿Y quién va a hablar? ¿Qué les vamos a decir?”. No habíamos pensado en eso tampoco. Y tras una corta deliberación, me eligieron a mí. ¿Por qué? Porque a mi mamá se le va a romper el corazón si logra ver lo que todos deseamos ver. Y, por otro lado, el Kimba, en este tipo de menesteres, es una completa mazamorra. Así que sería yo quien hable. Tocamos nuestra antigua puerta de tripley-cartón y, tras un corto instante, la entrada se abre y podemos ver a una pequeña familia a la mesa, mesa ataviada de botellas cubiertas con fideos y pintados con purpurina o uno de esos menjunjes dorados para dar apariencia brillante y navideña, envases donde se colocan las velas y que de chico logré ver todavía. Vimos a mis hermanos mayores, tan pequeños y sonrientes, mientras que, de espaldas a nosotros, de blanco y pantalones oscuros, estaba un esbelto y espigado señor con unos tirantes que le cruzaban la espalda. Se nos hizo un nudo en la garganta. Aun así, logré articular la primera frase: “¡Feliz Navidad, vecinos!”…

               

                En eso, para emoción de todos, aquel señor que estaba de espaldas, da una ligera vuelta y nos sonríe. Era mi papá. El héroe de la casa. El que todo lo arreglaba y todo lo podía. El que nos hacía reír y el que no dejó un sólo día de querernos. Era mi papá, el hombre cuyas últimas palabras fueron: “¿Cómo está Daniel?”, preocupado por mi reciente intervención quirúrgica en el mismo hospital en donde él estaba agonizando. Era mi papá y estaba ahí, sonriéndonos, con esa sonrisa de media boca que tanto nos gustaba y que terminó enamorando a mi mamá.

 

                “¡Feliz Navidad, Sr. Valdivia!” –logré soltar, tratando de no tropezarme con el nudo que ya tenía atorado en la garganta. El “señor Valdivia” levanta una taza de algo humeante, un café o alguna infusión de esas que siempre le gustó tomar, y nos devuelve el gesto en silencio. Ahí nomás aparece mi mamá, intentando identificar a los visitantes, tan joven y tan bella como siempre, cargando a un bebito forrado de blanco.

 

- “¡Ese chico va a ser cantante!” –les digo, señalando al párvulo de ojos almendrados.

 

                En ese instante, de súbito, se interpone mi padrino, el Sr. Escobedo, alguien que siempre estuvo en nuestras Navidades y que era muy amigo de mi papá, y nos toma una foto, lanzando un flash endemoniado que me obliga a cerrar los ojos.  Cuando logro abrirlos, ya no estoy en el portal de la familia Valdivia, ya no estoy en la antigua U.V.3. Estoy en el silencio de mí habitación, en mí casa, mi nueva casa, lejos de mi antiguo barrio, rodeado de gatos y sosteniendo el libro con las fotos. Rápidamente me pongo de pie y me llevo el álbum a un lugar con mayor luz. Vuelvo a ver aquella enigmática foto con los extraños personajes de rostro cubierto. La miro y la vuelvo a mirar por milésima vez. Hasta que decido desprenderla del álbum, tratando de no perder ningún detalle. Para mi sorpresa, veo que a la vuelta hay una inscripción, de puño y letra de mi padre que decía: “Los extraños personajes que se aparecieron en Navidad – Diciembre, 1962”. 

 

 

sábado, 16 de febrero de 2019

UNA CARRERA EN LA CUAL NUNCA QUISE PARTICIPAR



Mis padres eran mis héroes. Los veía como dos portentos desviviéndose por sus hijos. Como dos robles que, atenazándose a la tierra, soportaban todas las inclemencias de la naturaleza por mantener con vida a la familia. Pero a este cuadro de fortaleza adulta, se sumaba todo lo demás de aquel “mundo de los mayores”… y no me gustaba. No me interesaba en lo más mínimo ingresar a esa tropa donde abundan los neurasténicos, los amargados y las preocupaciones financieras. En el barrio miraba a los adultos y solo veía gente triste, solitarios y/o bebedores. Mi papá bebía de vez en cuando. Pero a veces, cuando la agarraba ya no la soltaba. Y mi mamá tenía que ir a sacarlo de donde estaba, ya sea de la casa de algún vecino o del “Chorito”, la única cantina del barrio. A veces mi mamá enviaba a uno de mis hermanos mayores, aunque una vez me envió a mí. Y fui directo al Bar, con sus pisos con aserrín y su rockola poblada de boleros y algunos hits en inglés. Aquella vez, abanicando humo y borrachos, entré y vi a mi papá con tres vecinos, quienes estaban discutiendo a viva voz y a punto de agarrase a golpes. Mi papá sonreía. Era claro que el lío no era tan grave. Me vio, e inmediatamente cambió su gesto. Se levantó y, con paso tambaleante, dejó a sus amigos y a su alcoholizada disputa. “¿Y tu mamá?” -me preguntó. “Me ha dicho que te lleve a la casa” -le dije. Sonrió, me tomó de la mano y nos fuimos. En el camino daba frases inentendibles que terminaban haciéndome reír. Él sabía que no se le entendía un carajo, y se reía conmigo.

Esa noche, cuando llegamos al hogar, mi mamá le requintó con los consabidos rollos de la responsabilidad y sobre el ejemplo que nos estaba dando… Pero solo eran medianas amonestaciones, nunca llegaron a altisonancias mayores, y mucho menos a los golpes. A lo mucho, en alguna desavenencia, mi papá se iba en silencio, sin palabras gruesas ni puertas azotadas, y se desaparecía por horas. Y cuando regresaba, lo hacía exactamente igual, en silencio, para luego encender su aparato de música y escuchar algún disco a volúmenes muy bajos. Luego, mi mamá se acercaba y se sentaba con él, se abrazaban y se quedaban así por un buen rato, entre claroscuros y la música envolviendo con suavidad toda la casa.

Era el mundo de los adultos, con sus enredos, sus broncas y sus silencios, un mundo que solo cuando creciera, lo iba a entender. Será por todo esto que, en esa carrera por llegar a ‘ser adulto’, nunca me interesó participar.   




viernes, 11 de enero de 2019

EL SUEÑO DE LAS MOLES DE CONCRETO



El año 83 arrancó un sábado. Agoreros de ropas evangélicas, decían que iba a ser un mal año, puesto que iniciaba labores mientras Dios estaba descansando. Algunos católicos-trinitarios, les enmendaban la plana diciendo que el día de descanso era el domingo, y que, al contrario, estaban iniciando el año de la mano de un Dios vigoroso, sonriente y sosegado.

En aquellos días, con mi hermano Kimba, visitábamos a cuanto sujeto quiera hacer una banda de rock and roll. Y nos importaba poco si el filarmónico era un ateo, un judío errante o un Testigo de Jehová. A veces el Kimba iba en plan de baterista y en otras, como segunda guitarra. Yo persistía en mis canciones a lo Bruce Springsteen, intentado copiar el vibrato de gente como Fernando Ubiergo o Salvatore Adamo. Desde inicio de los 80’s ya escribía sobre mí mismo, en primerísima persona, con la desesperada resolución de mostrar mi personal locura, sin medir reticencias ante aflicciones y complejos. 

Una mañana, llama alguien que dijo llamarse Eddy, Eddy Francisco Wenzara Zavala… Era el famoso Eddy, co-fundador de la primera discoteca New Wave de Lima, la “No-Disco”, quien estaba deseoso de ser el baterista de una banda punk. La cita era al costado del Banco de la Nación, un sótano que aún sigue ahí, en la segunda cuadra de Pardo, en Miraflores. Cuando llegamos, Eddy estaba en su batería, improvisando algo con sus amigos. Eddy le exigía al guitarrista que toque más rápido “como el de los Ramones”, decía. Pero al pelilargo muchacho de la guitarra se le hacía imposible seguir el tempo requerido por el afanoso Wenzara.

Al rato, el Kimba y yo nos enfundamos las guitarras y comenzamos a tocar “Al Barrio Miásmico” y luego “El Sueño de las Moles de Concreto”, canciones que luego saldrían en una maqueta llamada “Unidad Vecinal # 3-1981”. Pero la intención no avanzó mucho. El rostro destemplado de Eddy lo decía todo. El pobre había sido muy mal informado y esperaba encontrar a unos desarrapados punks, y no estos hijos de los 70’s, con letras en castellano y climas urbanos. Aunque mostró un poco de entusiasmo con “Triángulo de Blocks”, una canción larga e intensa, aunque lenta. De todas formas, lo último que nos dijo, fue: “Yo pensé que Uds. eran punks”. Y nos despedimos. No lo volvería a ver en muchísimos años.

A inicios del 2011, al amigo Eddy me lo encuentro en un paradero de la Av. Del Ejército, en Miraflores. Me saluda. No lo reconocí. Tuvo que identificarse y estallé en júbilo. Nos abrazamos y conversamos un corto momento. Le di mi teléfono y quedamos en vernos algún día. Ya no se pudo. El 13 de Mayo de ese año, es hallado muerto en su casa, tendido en el suelo y con rastros de sangre escarbando su nariz… Parece que es verdad eso que dicen que, antes de partir, la gente va por el mundo despidiéndose. 

Pero lo más horrible fue ver cómo la prensa tomó la noticia. Fue encabezado de algunos tabloides, pero no por ser quien fue, sino por ser vecino de un famoso conductor de programas de farándula, desencadenando titulares como "Misteriosa muerte en edificio de Peluchín", "Hallan muerto a vecino de Peluchín", y así por el estilo...

Tenía 49 años.

(Daniel F)




sábado, 4 de agosto de 2018

LA DIFERENCIA ENTRE UN ÚNICO GOL Y UN GOL ÚNICO



Habíamos planeado la jugada en muchas ocasiones. Mi compadre Willy se llevaría la pelota y con ella a medio equipo rival intentando quitársela, mientras yo –sigiloso- lo seguiría de cerca. Y cuando ya esté en posición de tiro, Willy dejaría “muerto” el balón en el camino y seguiría su carrera haciendo que todos piensen que él aún tiene la pelota, aprovechando –yo- para patear el esférico e hinchar las redes contrarias. 

Pero esto lo decíamos como una fantasía. Yo siempre jugaba de defensa central, y hacer un gol no estaba en mis apetencias. Y mi compadre Willy, rara vez participaba en alguno de los partidos que disputábamos los fines de semana con el equipo del barrio, el Club Deportivo Huracán.

Pero una mañana, todo coincidió. Willy formaría parte del equipo y, como habíamos imaginado cien veces en nuestros devaneos futbolísticos, logró desmarcarse de uno y dos rivales y se dirigió al arco de los Diablos Rojos, nuestro contendor de turno… “¡Danieelll!”, escuché que gritó, y corrí detrás de él. Y justo cuando mi compadre llega al borde del área contraria, deja el balón y –ante el desconcierto de los rivales- yo enfilo una patada tan furibunda, que la pelota se introdujo limpiamente en el arco rival, anta la angustiante estirada del “Pedro Picapiedra”, el portero de los Diablos. Fue un golazo. Y fue el único gol que hice en estos encuentros que se daban los fines de semana allá por los 60’s, en la Unidad Vecinal # 3. Pero, como diría mi compadre Willy (que hasta hoy lo sigo viendo): “esa es la diferencia entre un único gol y un gol único”.




viernes, 27 de abril de 2018

SUZI QUATRO, a pesar de las tormentas







¿Quién no se iba a enamorar de una chica así? Se decía que el Fender Jazz Bass que aporreaba la pequeña Suzi Quatro con rigurosa inclemencia, era un símbolo fálico por demás evidente, pues era el más grueso del mercado y –a como lo sacudía- invitaba a proyectarnos más allá de nuestros colchones. Con sus apretados trajes de cuero y sus pecaminosos emblemas sado-masoquistas, esta chica tan menuda originaria de Detroit, logró vender 50 millones de discos. Nada mal. (O como dirían los machos del rock: “nada mal para una chica”)



La conocí gracias a la revista suiza “Pop” (que muchos pensaban que era un magazín alemán), inflando a más no poder su virulenta ofensiva de reminiscencias del más vital rock n roll, allá por 1973, días de Glam y Teen Pop, donde Suzi reinó a sus anchas, con canciones como “48 Crash”, “Can the Can” o una que sonaba muy fuerte en nuestra Lima querida: “Manejando a las puertas del Diablo”.

Cuando el Glam perdió brillo, Suzi se volvió un lejano y enchamarrado recuerdo. Hasta que en 1980, gracias a la película “Times Square” y a los programas de videos, volvió a los primeros lugares de atención con su dinamitera “Rock Hard”, una joya de frenetismo en un momento en que el plástico y la menudencia de muchas bandas New Wave estaban copando por entero los oídos del mundo.

Hace poco, en pleno siglo XXI, gracias a estas palancas tecnológicas que nos permiten estar al tanto de lo que ocurre con nuestros ídolos, volví a ver y escuchar a Suzi Quatro. Y fue muy bello. Sigue tan linda y rockeando como siempre. Lo cual me alegró mucho, pues uno siempre celebra el que las personas que tanta alegría nos dieron, continúen bien y haciendo las cosas que les gusta... a pesar de las tormentas.



 ¿Una canción de estos tiempos que te pueda recomendar? Pues te diré que “Whatever Love is” es toda una gema de colores tan densos que contrasta con lo que uno podría esperar de cualquier artista “comercial”. Está en su disco del 2011 titulado “In the Spotlight”, donde también hay canciones como “Rosie Rose”, “Hard Headed Woman” o “Strict Machine”, que bien podrían haber sido compuestos en 1974.  Gracias, Suzi. 





martes, 24 de abril de 2018

LAS ÚLTIMAS PALABRAS DEL GRAN EXPLORADOR


Muchos discos me han impactado desde la primera escuchada. No soy de esos que dicen tener que oír un trabajo "varias veces" a ver si le gusta... No le encuentro lógica. Si no me gusta a la primera, no me va a gustar jamás. Y este disco del inglés TV Smith (en esta oportunidad con su banda The Explorers), fue de esos flechazos que te fulminan en una.
"The Last Words Of The Great Explorer" llegó a la casa de la mano de mi dealer de vinilos (mi tocayo Daniel Castillo) quien intentaba vendérmelo como "lo más punk de toda la punkitud punk del mundo punk"... Como si eso influenciaría en la negociación. Puse el disco y, con la primera canción me bastó. "The Perfect Life" era todo lo épico y espectacular que busco en cualquier banda. Sea punk, urbana o progre. Luego estaba el angustiante tema "El Sirviente", la nostálgica "Walk Away", la suave "Easy Way", la larga y emotiva "The Unwelcome Guest"... en fin... "Lo compro", le dije. Era 1981 y yo estaba totalmente enamorado de ese disco.


En 1986, durante mi última crisis (y mi último momento de coqueteo con el suicidio), vendí casi todos mis discos. Y entre ellos se fue este "The Last Words...". ... Un par de años después, si bien mi infierno personal se había alejado, las tinieblas estaban estacionadas en nuestra ciudad. No había dinero para nada. Ni para subirse a una combi, lo cual nos obligaba a muchos de nosotros a caminar. Y en una de esas tantas caminatas, llegué a La Colmena, que era el sitio donde nos juntábamos algunos subtes, y donde también vendían casets y remataban vinilos. ...Y ahí estaba. Era mi disco de TV Smith. Lo identifiqué de inmediato. Uno lo siente, uno lo reconoce como quien reconoce a su gato perdido entre mil gatos perdidos. Lo vendían a la mitad de lo que yo lo había vendido, pero mi inopia era cien veces mayor. ...Lo levanté de aquella indigna bandeja, lo miré y luego lo volví a poner en su cubeta. No lo podía recuperar. Y me alejé. Y mientras me iba, sentí que ese disco me miraba, con ese resignado e inexplicable silencio que brota de toda criatura abandonada.


En 2012 salió una re-edición en CD, una caja donde viene el set original más tomas alternas, versiones en vivo e inéditos. Lo compré vía Internet y 20 días después llegó a la casa. Vino con un librito, fotos y pormenores de la grabación... Ya no fue igual. Obvio. Solo quedaban las magníficas canciones. Porque un disco no son solo canciones. Son historias alrededor de este, son emociones muy particulares que circulan en cada uno de sus surcos y en los cartones de su portada con el que, seguramente, en alguna oportunidad habremos hasta dormido. 
Así que -qué irónico- la última vez que lo escuché, allá por 1986, no imaginé que de verdad serían las últimas palabras que ese gran explorador habría de contarme. (Daniel F)

a la izq: TV Smith con su banda punk, The Adverts.... Derch: TV Smith, hoy, en un disco acústico. 

martes, 3 de abril de 2018

EL LADO OBSCURO DE TU LUNA


Era 1973. Y ése año fue EL año. Por alguna extraña coincidencia, a todos se les dio por hacer Obras Maestras (así, con mayúsculas). No sabemos qué tenía el agua o el oxígeno en esos días, que de pronto hasta los grupos de rock and roll más básicos y sencillos, plasmaron para la posteridad, enormes y elevadas maravillas que aún hoy estamos esperando a que alguien las supere.
     
Mi hermano Ricardo era un gran entusiasta de todos estos sones. Y cuando salió El Lado Oscuro de la Luna (de Pink Floyd), le agarró tan tremendo camote, que lo escuchaba día y noche, las 24 horas, sin parar. Yo siempre me quedé con el Atom Heart Mother (que es de 1970), pero mi hermano estaba tan poseído, que era imposible despegarlo de ese lado oscuro en que había caído. Para la detonada cabeza de Ricardo, no había nada más grande sobre el planeta que aquel lunático disco, veredicto que coincidía con la crítica mundial, que decía que el “Dark Side of The Moon” era “el mejor disco de 1973”, consiguiendo una infinita infinidad de nuevos fanáticos, amén de una treintena de Discos de Platino, incontables Discos de Oro y múltiples Discos de Diamante.


     
Han pasado décadas, y mi Top-Ten Floyd no ha cambiado. Primero es el Atom, luego el Meddle y mucho después el Dark Side. Pero no le vayan a ir con el chisme a mi hermano Ricardo, se puede molestar. Él es de esos floydianos susceptibles, cuyo delirio emocional sólo puede ser superado por los alocados aspavientos de algún simpatizante de los Beatles o por fogosidades extremas de algún vikingo del fútbol.





sábado, 24 de marzo de 2018

LOS PELEADORES, 1983

En el área de la ciudad de Lima, era fácil encontrarnos con bandas frecuentando los mismos caminos y tocando las mismas puertas. Contrario a nuestra postura, la mayoría todavía seguía prefiriendo el cover, cabalgando sobre las más populares canciones del momento. De aquella mancha, con quién solíamos encontrarnos era con los Fighters, abriéndose paso por la maleza a punta de fusiladas zeppelianas y mucho Kiss. Los encontrábamos en cuanta convocatoria había: para salas de baile, festivales, verbenas… 

El 27 de Octubre de 1983, la gente de AMUSI, nos llama para amenizar un evento distrital en la Urb. Ramón Castilla, en el distrito del Rímac. La cosa era arriba, en un cerro, en una cueva. Debe haber sido el lugar más extraño en donde hayamos tocado. Dentro de aquella cavidad geológica, habían improvisado un tablado, luces y hasta una tribuna de madera. Estaba lleno de gente. En el escenario –vaya sorpresa-, estaban los Fighters, desatando a The Police y haciendo honores a los Enanitos Verdes. El sonido era bueno y los muchachos tenían mucho oficio, pero el público no se notaba muy entusiasmado. Bostezaban en medio de las piruetas que hacía el cantante, levantando el pedestal del micrófono o arrodillándose en los momentos más dramáticos mientras cantaba “Love Hurts”. Los organizadores, al vernos llegar, se apresuraron en detener a los ‘peleadores’ e invitarnos a subir al escenario. Nos saludamos con los colegas y uno de ellos nos dice: “Gracias por llegar. Hemos estado acá tocando por más de dos horas, y no pasa nada. Público difícil. No los mueve nadie… ¡Suerte!”… Agradecimos las palabras y nos enfundamos los instrumentos. Arrancamos sin ningún miramiento con “En Una Invernal Noche de Surf” y el caos se desató. Por alguna extraña y puntiaguda razón la gente comenzó a saltar, gritar y tirarse sobre el escenario. El rock and roll había llegado… 



Luego de dos minutos y medio de batahola (y luego que el animador pidiera un poco de calma a la gente), pasamos a tocar “Patricia, la del Bulevar”, nuestro tema largo y menos virulento. Pero a pesar de eso, la gente siguió armando trifulca y emprendió el baile como nunca imaginé que pasaría. La algarabía y el desorden culminaron con la caída de la tribuna de madera apostada a un lado de la pista, suspendiéndose de inmediato nuestra presentación. El animador llamó de nuevo a los Fighters para que continúen tocando. Y como por arte de armónica nigromancia, la gente volvió a su estado de quietud. Nunca lo entendimos. Pero de todas formas salimos totalmente re-alimentados y muy convencidos de que nuestros pasos estaban siendo los correctos. (Daniel F)  


NOTA: Las imágenes que acompañan esta nota son actuales. La de arriba es la portada para Spotify y ITunes de la grabación que estamos comentando, la original de 1983, registrado con un grabador a pilas y cuyo enlace lo estamos colocando al final de este post. La segunda foto es de Leusemia tocando en el Vichama (centro de Lima), en el 2018, un chongazo que me recordó mucho al chongote ocurrido en aquel lejano 1983.  






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