jueves, 10 de diciembre de 2020

LOS EXTRAÑOS PERSONAJES DE NAVIDAD

  


- ¿Y esta foto? –le pregunté a mi mamá una tarde, mientras veíamos el álbum familiar.

- No sé, mi’hijito  –dijo mi mamá-  Deben ser amigos de tu papá, de algún carnaval o alguna broma…

 

                Era una nocturna y blanquinegra fotografía que se había apoderado de todas nuestras preguntas. Mostraba a tres personajes con los rostros semi cubiertos. Yo recuerdo que de niño esa foto estaba en un mejor estado y todavía se podía ver con exactitud algunos rasgos. Pero esa intrusa y nacarada bacteria que suele atacar a las fotos, ha recrudecido su virulencia en estos tiempos y se ha propuesto esconder sus confesiones. Ante la ausencia de mi papá, fallecido en 1973, y por todo este tipo de ataques promovido por los años, varias de esas imágenes que nos contaban historias, se volvieron imposibles de identificar... o de explicar.

 

                La fotografía, o los que se refugian en ella, intentan congelar esos breves lapsos que tenemos los humanos para no olvidar quiénes fuimos o para traernos de vuelta aquellos días en que aún soñábamos. Son segundos de obturadores y fractalidad intentando castigar la brevedad de la existencia, terminando por ser un incómodo testigo al degollado paso de los calendarios.  Nos vemos con vientres menos inadecuados, prendas un poco desacertadas y cabellera aún pilosa. Sin las fotografías, muchos o tal vez todos esos repasos, se velarían en el viento.  Aquella noche, le pedí prestado a mi mamá ese tremendo librote de fotos y me lo llevé a mi casa, pues tenía que hacer un trabajo sobre retrospectiva fotográfica. Pero en todo el trayecto me pasé observando, únicamente, aquella inexplicable reproducción de extraños personajes.

 



                Estando en mi domicilio, intenté encontrarle sentido a ese retrato. Seguí mirándolo hasta que el sueño me venció y de pronto me vi entre apresuradas calles de serpiente, con sus prisas y velocidades vertiginosas, con sus ríos de luz y sus atronadores gritos. En este sueño urbano, apareció mi mamá y mi hermano menor el Kimba. Llegaron en un vehículo abierto y con un conductor desconocido. Me invitaron a subir. Estuvimos dando vueltas por mucho rato, hasta que de pronto el panorama cambió radicalmente. La bulla dio paso a una serena urbe descansando en recogidos pastizales y rodeada de solitarias extensiones de campo. No soy muy erudito en esto de la arqueología urbana, pero aquel nuevo marco me era muy familiar. De pronto estábamos en lo que parecía ser un pedazo de la antigua Unidad Vecinal # 3, mi viejo barrio. Al principio dudaba un poco, pero el grito de mi hermano y la sorpresa de mi mamá –quien tiene más autoridad que yo para reconocer estos planos- lo confirmaron. Estábamos en la antigua Unidad Vecinal #3, la original, con sus chacras a los costados, su establo al frente y la Av. Colonial como única calle de vecino. Las piletas aún tenían agua, los pasadizos aún invitaban al paseo, y las anticucheras iluminaban la noche entre aquella ciudadela nevada por la luna.

 

                Entonces dije: “Pasemos por la casa, a ver cómo se veía en estos tiempos”. El carro dio un giro y nos enrumbamos al sector donde están los Blocks 5 y 6. Pasamos por sobre pastos eternos hasta llegar a nuestra fachada. Nos bajamos de la movilidad y vimos cómo aquel extraño auto se retiraba con su desconocido conductor. Miramos de nuevo los edificios y miramos nuestra casa. Aquella vieja casa que nos vio crecer, llorar, donde pronunciamos nuestras primeras palabras y esbozamos nuestros primeros espejismos. Al rato nos percatamos de unas luces que tintineaban en varias ventanas, naranjas, verdes, rojas… “¡Feliz Navidad, vecinos!” –dijo un señor que pasó raudo en una bicicleta. Estábamos en Nochebuena.

 

                Comencé entonces a recordar las remotas navidades que tuvimos. De cuando mi mamá, ante la falta de algo mejor o más lujoso, hacía nuestro Nacimiento con figuras de papel que venían en periódicos o revistas y que mi mamá recortaba y las colocaba en el pesebre… también de papel.  Nunca tuvimos un árbol. No como los vecinos que todos siempre posaban orgullosos ante enormes y muy navideños árboles. Aun así, las Navidades siempre fueron muy especiales y muy felices, pues todo era compensado con lo que salía de nuestros corazones. Tal vez la única Navidad que la sentimos más que incompleta, fue la primera sin mi papá, en Diciembre de 1973. 

 

                En ese instante nos sobrevino un único y atropellado pensamiento: “Vamos a ver a mi Papá”. Pues si estábamos en aquel agudo pasado, tal vez podríamos tener la suerte de ver a mi papá. Así que nos encaminamos a 'la casa'. Subimos las escaleras hasta que, de pronto, estando en aquel balcón de media luna, nos detuvimos. Era el Kimba quien lanzaba una sagaz reflexión: “No nos pueden ver así. No nos pueden ver el rostro. No sabemos qué año es. No sabemos a quién vamos a encontrar… No estamos preparados para esto ni ellos tampoco...” Entonces decidimos cubrirnos la cara y enfrentar lo que venga.  Pero antes de tocar la puerta, estando ya a unos centímetros, el Kimba, quien al parecer estaba muy reflexivo esa noche, vuelve a hacer una sesuda ponderación: “¿Y quién va a hablar? ¿Qué les vamos a decir?”. No habíamos pensado en eso tampoco. Y tras una corta deliberación, me eligieron a mí. ¿Por qué? Porque a mi mamá se le va a romper el corazón si logra ver lo que todos deseamos ver. Y, por otro lado, el Kimba, en este tipo de menesteres, es una completa mazamorra. Así que sería yo quien hable. Tocamos nuestra antigua puerta de tripley-cartón y, tras un corto instante, la entrada se abre y podemos ver a una pequeña familia a la mesa, mesa ataviada de botellas cubiertas con fideos y pintados con purpurina o uno de esos menjunjes dorados para dar apariencia brillante y navideña, envases donde se colocan las velas y que de chico logré ver todavía. Vimos a mis hermanos mayores, tan pequeños y sonrientes, mientras que, de espaldas a nosotros, de blanco y pantalones oscuros, estaba un esbelto y espigado señor con unos tirantes que le cruzaban la espalda. Se nos hizo un nudo en la garganta. Aun así, logré articular la primera frase: “¡Feliz Navidad, vecinos!”…

               

                En eso, para emoción de todos, aquel señor que estaba de espaldas, da una ligera vuelta y nos sonríe. Era mi papá. El héroe de la casa. El que todo lo arreglaba y todo lo podía. El que nos hacía reír y el que no dejó un sólo día de querernos. Era mi papá, el hombre cuyas últimas palabras fueron: “¿Cómo está Daniel?”, preocupado por mi reciente intervención quirúrgica en el mismo hospital en donde él estaba agonizando. Era mi papá y estaba ahí, sonriéndonos, con esa sonrisa de media boca que tanto nos gustaba y que terminó enamorando a mi mamá.

 

                “¡Feliz Navidad, Sr. Valdivia!” –logré soltar, tratando de no tropezarme con el nudo que ya tenía atorado en la garganta. El “señor Valdivia” levanta una taza de algo humeante, un café o alguna infusión de esas que siempre le gustó tomar, y nos devuelve el gesto en silencio. Ahí nomás aparece mi mamá, intentando identificar a los visitantes, tan joven y tan bella como siempre, cargando a un bebito forrado de blanco.

 

- “¡Ese chico va a ser cantante!” –les digo, señalando al párvulo de ojos almendrados.

 

                En ese instante, de súbito, se interpone mi padrino, el Sr. Escobedo, alguien que siempre estuvo en nuestras Navidades y que era muy amigo de mi papá, y nos toma una foto, lanzando un flash endemoniado que me obliga a cerrar los ojos.  Cuando logro abrirlos, ya no estoy en el portal de la familia Valdivia, ya no estoy en la antigua U.V.3. Estoy en el silencio de mí habitación, en mí casa, mi nueva casa, lejos de mi antiguo barrio, rodeado de gatos y sosteniendo el libro con las fotos. Rápidamente me pongo de pie y me llevo el álbum a un lugar con mayor luz. Vuelvo a ver aquella enigmática foto con los extraños personajes de rostro cubierto. La miro y la vuelvo a mirar por milésima vez. Hasta que decido desprenderla del álbum, tratando de no perder ningún detalle. Para mi sorpresa, veo que a la vuelta hay una inscripción, de puño y letra de mi padre que decía: “Los extraños personajes que se aparecieron en Navidad – Diciembre, 1962”. 

 

 

20 comentarios:

  1. Maestro... Cuantos sentimientos encontrados en un relato... #GrandeDaniel

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  2. Te pasaste F. No lo había leído. Gracias por compartirla.

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    1. Fue publicado hace muchos años en una revista. Luego lo incluí en un libro de relatos.

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  3. Preciosa lectura. Gracias, Daniel.

    Cristina Flores.

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  4. Me hiciste llorar , que real tu relato Daniel F y viste a tu Papá que afortunado

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    1. Fue un impulso. Y en cuanto se pueda, en cada sueño, intento verlo.

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  5. Genial relato estimado Daniel, lograste lo que buscan los narradores, transportarnos mientras leemos.
    Fuerte abrazo desde el otro lado del globo.

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  6. Grande F, transmites tanto con tus relatos, y cada vez que lo leo vuelvo a sentir lo mismo como la primera vez. Gracias Daniel ...

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  7. Hola F soy Javier Moreno con mi perfil de rusa con el que pongo likes a los comentarios tuyos en mi grupo Cacao

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