SER LOSER, NO ES COOL, BABY
Hace unos
días, caminando por el cercado de Lima, vi a un tipo limpiando un auto. No era
que esté limpiando SU auto. Era de esos muchachos o tíos que, por unas chinas,
te dejan tu carro terso y brillante. Chamba noble y enjabonada, vea Ud. Este sujeto de quien les cuento, vestía ropas
bastante desgastadas y humedecidas por el trajín. Tenía en su rostro un bigote
gordo y un endurecido gesto de enojo. Me recordó mucho a un compadre que conocí
a inicio de los 80’s, un extraordinario guitarrista que logré ver en el Tommy
Club Bar, un antro del Jr. Moquegua, donde se presentaban bandas de rock. No le
di mucha importancia y seguí mi camino. Es que les digo que, con este sol de
mierda, ganas no hay muchas por estacionarse a mirar.
Pero cuando
le di un segundo vistazo, me di cuenta que, efectivamente, era ese mismo
compadre. Era ni más ni menos que el gran Churly. Era ese mismo muchacho que, en
aquellos 80’s, hacía gala de saberse todas las escalas cromáticas y diatónicas,
diuréticas y heréticas, de arriba para abajo, y se los refregaba a todo el
mundo por la cara. Era el mismo tío que, con la misma avidez con que practicaba
la guitarra (de la que no se desprendía nunca), consumía su bendita pasta
básica de cocaína, de la que tampoco se separaba jamás. Vale decir, un tipo al que
no invitaría de ningún modo, a mi casa.
Eran los
80’s, y todo este asunto del rock estaba cobrando un nuevo vuelo. La ciudad
volvía a tener bandas de rock y los chicos se reunían en sitios como el Cecil’s
Rock Club o el Tommy Club Bar, en el centro de Lima. Y a este muchacho lo recuerdo como uno de
esos especimenes pedantes y engreídos que miraban a los demás por encima de sus
hombros. Unas patéticas superstars en una galaxia tan pobre como vacía. Y las
pocas veces que hablé con él, nunca dejaba de lado sus burlas y sus
recriminaciones. No soportaba que yo no sepa más de 4 acordes, y siempre me
repetía como un mantra endurecido: “con esos 3 acordes no vas a ser ni mierda
en esta vida, chibolo”… Bueno… y así nos fue. ¡Y me lo vengo a encontrar justo
ahora!…
Y me quedé
mirándolo por un buen rato, recordando esos días. Y si bien no estaba 100%
seguro de la identidad del hombre, igual me acerqué de a poquitos, haciendo
equilibrios entre los baldes de otros limpiadores, a ver si lograba conversar
con él. Hasta que se dio cuenta que lo estaba observando.
-“¿Si?” –esbozó el Churly con voz
amenazante.
Y yo le
lancé lo primero que se me ocurrió: - ¿Sigues
tocando la guitarra?
Un poco
torpe mi primera consulta, pero ya estaba en la cancha.
- ¿Guitarra? –me dijo, haciendo una mueca de
extrañeza
- ¿Tu no eres el Churly, el que tocaba en La Caverna …
el Tommy…
- Mieeerrda… no escuchaba que
alguien hablara esas cosas desde hace décadas! ¿Quién eres tú?
- Nada, me pareció reconocerte, es
todo. Yo iba a las tocadas en el centro de Lima, en Guzmán Blanco…
Al tipo
pareció iluminársele la cara. Mostró una sonrisa que contrastaba plenamente con
su anterior y perpetuo gesto de enojo. Tiró su trapo al balde y se acercó.
- Oh, que bien… Tú me conociste,
entonces…
- Si. Logré verte un par de veces en
vivo…
- Yo tocaba bacán, no? –me preguntó con su clásico gesto de
autosuficiencia
- Si, hermano. La rompías.
- Y dime ¿tu sabes tocar? ¿Tienes
alguna banda?
- Algo –le dije- pero logré dedicarme a la música. No toco mucho, pero me hago
entender.
Nos
sentamos en una loma del terreno, y comenzó a abrir su corazón. Me contó su
historia, sus peripecias, la malograda relación con su familia, una familia
nada pobre, que le dio de todo, pero el muy irreflexivo nunca lo supo
aprovechar. Contó de los días en que se enganchó a la pasta y de cómo pasó de
promesa en la música, a limpiar autos en la vía pública, algo que, al menos, podía
solventar el costo de un medio menú, y lo suficiente como para continuar con el
vicio.
De pronto
la charla con Churly se puso increíblemente buena. Y tal vez la pueda
reproducir algún día en un libro. Y, la verdad, ya no me estaba cayendo tan mal.
Hasta que por estas cosas de la existencia y de los mandos naturales, volvió a
aflorar el mismo y desagradable Churly que conocí riéndose de los chibolos que
no sabían tocar, vale decir, volvió el mismo pedante y engreído de los 80’s… Un
idiota.
- Yo era un capo, pee… Nadie tocaba
mejor que yo!... ¿Si o No?... Todos los guitarristas de ahora son unos
huevones. No saben ni afinar los cojudos. Yo tocaba mejor que Von Jovi. Pero
acá no saben valorar al artista nacional, pe. Ese es el precio que tenemos que pagar los que somos
Cool…
- ¿Cool? … ¿Qué es eso? –le dije
- Cool, pe, flaco… Alguien ‘bacán’…
Uuu, flaco, tas en nada…
Poco después,
con el transcurrir de su disertación, su rostro y su mente comenzaron a
oscurecerse, y se puso un poco agresivo. Así que cuando ya comenzó a aflorar su
amargura y sus maldiciones, echándole la culpa a todos menos a él, me levanté
de donde estaba sentado, y con la cortesía que me caracteriza, me despedí.
Estando a
lo lejos, volví la mirada para ver al viejo Churly, quien ya estaba encima de
aquel Toyota, tratando de dejarlo terso y brillante. Y resonaron en mi cabeza,
todas esas existencias que se perdieron en el camino. Porque casos como estos,
conozco cien. Y es muy lamentable. En estos 30 años he visto cómo la droga, la
vanidad excesiva y la mala disposición humana para caminar por este mundo, han
tirado abajo a tantas promesas y a tantas genialidades, que, en algunos casos,
es una cosa injusta y da mucha pena. Pero hay otros procesos que, la verdad,
son solo el resultado de una mala cabeza, de un desvío completo de los valores
que, tarde o temprano, te van a pasar la sobrecogedora factura. Porque eso sí
les digo: ser un loser, no es cool, baby… Dicho en buen peruano: ser un
perdedor, no debe ser ni mierda de chévere.
NOTA: Los
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