Nació como “Romero”. Nunca supo si ese era su nombre o su
apellido, y tampoco sabía para qué podría ser bueno. Porque el manzano del
señor Benzon y el naranjal de la señora Urrutia, daban preciosos frutos que
refulgían por su excelencia. Hasta el pequeño tomatal que estaba a su costado,
se sonrojaba de tanta cosecha. Así que Romero preguntaba a los follajes de
alrededor “¿cuál será mi habilidad?”... “Tú das un rico aroma”, dijo el de los
tomates. “Desde aquí no puedo evaluar mucho tu fragancia” –dijo el naranjal-
“Pero imagino que algún día encontrarás tu destreza”.
Una vez, quienes cuidaban a Romero, sin querer, prolongaron
más de la cuenta uno de sus tantos viajes, y el pequeño huerto fue visitado por
aves malignas y vientos pesados. Y cuando regresaron, Romero estaba seco, sin
hojas ni fragancia… El tomatal estaba triste y molesto. El naranjal y el
manzano de enfrente no entendían mucho el drama, pero lo intuían.
Quienes cuidaban de Romero, al contrario de otras familias,
en lugar de arrojarlo a la basura, rápidamente lo limpiaron, lo pintaron de
toques brillantes, lo adornaron de colgantes y adornos, para finalmente recubrirlo
de luces. Repentinamente Romero “se encendió”, abrió los ojos y se vio en medio
de destellos, ornamentos y alegrías. Era Navidad y la gente ya había puesto en
sus casas, puntiagudos y erizados árboles esperando Nochebuena. La gente en la
casa de Romero, lo abrazaron con tanto cariño, que el pequeño arbolito lloró de
alegría al verse en medio de tanta fiesta y de saber al fin que no necesitaba buscar
más; no necesitaba una habilidad especial
ni ser ‘alto y puntiagudo’, pues tenía toda la suerte del mundo al contar
con una amorosa FAMILIA, algo que no todos tienen la suerte de saborear.
Aquella fecha, fue su más venturosa y feliz Navidad.
(Daniel F)