viernes, 23 de diciembre de 2016

MI ROMERÍSIMO ÁRBOL DE NAVIDAD



Nació como “Romero”. Nunca supo si ese era su nombre o su apellido, y tampoco sabía para qué podría ser bueno. Porque el manzano del señor Benzon y el naranjal de la señora Urrutia, daban preciosos frutos que refulgían por su excelencia. Hasta el pequeño tomatal que estaba a su costado, se sonrojaba de tanta cosecha. Así que Romero preguntaba a los follajes de alrededor “¿cuál será mi habilidad?”... “Tú das un rico aroma”, dijo el de los tomates. “Desde aquí no puedo evaluar mucho tu fragancia” –dijo el naranjal- “Pero imagino que algún día encontrarás tu destreza”.

Una vez, quienes cuidaban a Romero, sin querer, prolongaron más de la cuenta uno de sus tantos viajes, y el pequeño huerto fue visitado por aves malignas y vientos pesados. Y cuando regresaron, Romero estaba seco, sin hojas ni fragancia… El tomatal estaba triste y molesto. El naranjal y el manzano de enfrente no entendían mucho el drama, pero lo intuían.

Quienes cuidaban de Romero, al contrario de otras familias, en lugar de arrojarlo a la basura, rápidamente lo limpiaron, lo pintaron de toques brillantes, lo adornaron de colgantes y adornos, para finalmente recubrirlo de luces. Repentinamente Romero “se encendió”, abrió los ojos y se vio en medio de destellos, ornamentos y alegrías. Era Navidad y la gente ya había puesto en sus casas, puntiagudos y erizados árboles esperando Nochebuena. La gente en la casa de Romero, lo abrazaron con tanto cariño, que el pequeño arbolito lloró de alegría al verse en medio de tanta fiesta y de saber al fin que no necesitaba buscar más; no necesitaba una habilidad especial ni ser ‘alto y puntiagudo’, pues tenía toda la suerte del mundo al contar con una amorosa FAMILIA, algo que no todos tienen la suerte de saborear.

 

Aquella fecha, fue su más venturosa y feliz Navidad.      

(Daniel F)