¿Quién no se iba a enamorar de una chica así? Se decía
que el Fender Jazz Bass que aporreaba la pequeña Suzi Quatro con rigurosa
inclemencia, era un símbolo fálico por
demás evidente, pues era el más grueso del mercado y –a como lo sacudía-
invitaba a proyectarnos más allá de nuestros colchones. Con sus apretados
trajes de cuero y sus pecaminosos emblemas sado-masoquistas, esta chica tan
menuda originaria de Detroit, logró vender 50 millones de discos. Nada mal. (O
como dirían los machos del rock: “nada mal para una chica”)
La conocí gracias a la revista suiza “Pop” (que muchos
pensaban que era un magazín alemán), inflando a más no poder su virulenta
ofensiva de reminiscencias del más vital rock n roll, allá por 1973, días de Glam
y Teen Pop, donde Suzi reinó a sus anchas, con canciones como “48 Crash”, “Can
the Can” o una que sonaba muy fuerte en nuestra Lima querida: “Manejando a las
puertas del Diablo”.
Cuando el Glam perdió brillo, Suzi se volvió un lejano
y enchamarrado recuerdo. Hasta que en 1980, gracias a la película “Times Square”
y a los programas de videos, volvió a los primeros lugares de atención con su dinamitera
“Rock Hard”, una joya de frenetismo en un momento en que el plástico y la
menudencia de muchas bandas New Wave estaban copando por entero los oídos del
mundo.
Hace poco, en pleno siglo XXI, gracias a estas
palancas tecnológicas que nos permiten estar al tanto de lo que ocurre con
nuestros ídolos, volví a ver y escuchar a Suzi Quatro. Y fue muy bello. Sigue
tan linda y rockeando como siempre. Lo cual me alegró mucho, pues uno siempre celebra
el que las personas que tanta alegría nos dieron, continúen bien y haciendo las
cosas que les gusta... a pesar de las tormentas.