viernes, 14 de marzo de 2014

UN AÑO MÁS, PAPÁ



IMPERFECTAS LETANÍAS ENTRE LOS ACENTOS DEL MAR


La vida no la escriben las hadas. Tampoco creo que sea el producto de trasnochados demonios, a pesar que la historia nos remita a infinidades de infiernos que arden diariamente. Y no podría precisar, qué hada o qué demonio motivó al joven Enrique, a escapar de su casa, en las alturas de Apurimac, cuando aún no sabía ni atarse los zapatos.

Como ya lo conté varias veces, soy hijo de runaways, soy el resultado de dos jovencitos que escaparon de sus hogares, y se internaron en las junglas de la vida, una vida que, al parecer, no estaba siendo escrita por hadas. Mi mamá, una pre-quinceañera amazonense, huía de la pervertida idea de verse casada (a la fuerza) con un tipo mucho mayor, por quien solo sentía repulsión. Y mi papá… pues de mi papá nunca supimos porqué escapó de su terruño, siendo esta una historia que nunca quiso compartir con nadie.  



El asunto es que, a pesar de lo dura que debe haber sido la ruta para este indomable cobrizo, mi papá terminó siendo un tipo noble, tranquilo, con ese don que te sabe dar la paciencia y el equilibrio. No recuerdo un solo golpe, una paliza o una levantada de voz ante alguna travesura de sus hijos o ante alguna desavenencia familiar. De mi papá aprendí ese tipo de detalles. De él tengo que haber heredado sus silencios y el no hacer mucha pataleta ante situaciones que tal vez no la merezca. Recuerdo que una vez tuve un altercado totalmente niño con mi vecino, donde él decía que su televisor era más grande que el nuestro. Y fui donde mi papá para reírme de tamaña afrenta y esperar un respaldo ante el innegable hecho que nuestro FTA de 24 pulgadas era más grande que su Phillips de 23. Y mi papá me dijo: “Tú tienes que decir que ‘sí’, que su televisor es más grande. Eso no importa. No se debe pelear por cosas tan menudas.”….



De mi papá aprendí que caballero es aquel que hace que los que están a tu alrededor, se sientan bien. Y una vez, caminando por el Callao (sitio al cual le rendía infinita pleitesía), nos cruzamos con alguien que, por alguna razón, quería contarnos la historia del castillo Real Felipe. Y yo, con mis insolentes 9 años, sonreí y le dije que nosotros ya sabíamos todo acerca de aquella histórica fortaleza. El rostro de aquel joven, cambió diametralmente, desdibujando esa sonrisa inicial, y haciendo que su entusiasmo se aleje a toda prisa. Mi papá vio eso y dijo “Yo, la verdad, no lo sé… A ver cuéntame…”. Y la sonrisa del joven, regresó. Y comenzó a contar todo lo que ya me había contado mi papá desde siempre, puesto que mi papá era un tipo muy apasionado por la historia de este Perú, y el Castillo del Real Felipe era uno de nuestros sitios favoritos. 

Mi papá adoraba el mar. Con sus olas y sus acentos. Era un excelente instructor de natación. Se metía al agua y nadaba hasta acariciar las orillas de la Isla San Lorenzo. Solía flotar haciéndose “el muertito” en las serenas aguas de nuestro primer puerto. Y gracias a estas piruetas, un amigo del barrio me contó: “A mi una vez, estando en pleno mar y lejos de la orilla, me acalambré. Me desesperaba pidiendo auxilio, pero nadie me veía. Yo ya estaba resignado a mi anegado destino, hasta que me acordé de tu papá. Y me hice ‘el muertito’… Comencé  a flotar con la esperanza de que alguno de mis amigos me vea y se de cuenta del drama en que estaba. Y así fue. Me vieron y me rescataron”.


     
Llorar se ha vuelto abuelo. Y llorar fue algo que tampoco vi en mi papá. Claro, eran días en donde a los hombres les estaba prohibido llorar. Menos aún, llorar en frente de sus hijos. Y yo sabía que su sensibilidad no solo estallaba por el lado de la familia, sino también por el lado del dibujo y de la música, sentimientos de trazos finos y de sonidos subyugantes que terminaron contagiando a toda la tropa en la casa.

Y es en ese punto, en el de la música y las artes gráficas, donde mi papá enlaza –aún más- con nosotros, los hermanitos Valdivia. No era un señor de idea pedregosa, cerrado ante las nuevas tendencias. Le inflamaba la música instrumental, y terminó dando vistos buenos a bandas de rock progresivo, como Emerson, Lake & Palmer, demostrando que “viejo” es aquel que solo sonríe cuando acaricia el pasado, pero que cierra sus tactos, cuando le hablan del futuro. Y él parecía tener esa fuente de la juventud, tan buscada por Ponce de León, por alquimistas y por nigromantes, demostrando que la lozanía está en nuestra animosidad, en nuestra apertura hacia nuevos vientos y hacia nuevos incendios. …Nos quería muchísimo.

Pero la vida no la escriben las hadas. Y por alguna razón, el destino quiso que los demonios del alejamiento, prevalezcan. Una mañana de 1973, ingresamos prácticamente juntos al Hospital. Yo fui por una operación de vesícula y mi papá fue sólo por un chequeo… Nos internaron a ambos. Días después, yo logré salir. Mi papá, no.

Este 17 de Marzo, mi papá hubiera cumplido un año más. Y no tuve mejor idea que hacer esta imperfecta letanía, estos pobres trazos semibiográficos sobre alguien por quien sólo tengo admiración, agradecimiento y un muy buen recuerdo, esperando que la música y los silencios lo sigan acompañando, y que siga disfrutando de su Callao querido y de los acentos que navegan en ese incesante e inacabable zarandeo del mar.   


domingo, 9 de marzo de 2014

LA SONRISA DE LA DOCTORA LOPEZ







LA SONRISA DE LA DOCTORA LOPEZ
o LA BRIGADA DE LOS MACHOS


Gimnasia complicada esto de vivir. Visitar al dentista siempre fue algo que se quiere (se debe, se piensa) postergar. No hay nada más desagradable que el taladrar incesante de una Profilaxis severa o de una Endodoncia. Mucho que dicen que la ciencia ha avanzado… ¡mentira! En el odontologismo seguimos postergados por 3 siglos. Continúan las viejas prácticas y las sempiternas torturas. A estas alturas del siglo XXI, ya la caries debiera ser un mal del recuerdo, y los dentistas tendrían que haberse extinguido, pues todo ya se debería arreglar con un simple caramelito o con un enjuague de efluvios.

Pero si hasta los 45 años, mi terror por ir al dentista era patente y notorio, nada me preparó para eso tan espeluznante que llaman examen prostático tacto rectal… Nooo!!… La sola idea de que alguien vaya a introducir un dedo en mi asterisco más sagrado, destapa cualquier ataque de pavor elevándolo a niveles siderales. ¿Cómo te escapas de eso, hermanito?


Conozco mayores que nunca se han hecho ese examen, y que viven temblando el día que descubran que su próstata ha crecido hasta ponerse del tamaño de una papaya y que orinar se va a volver una aventura que ni Indiana Jones va a poder resolver.

Pero qué le hago?… Yo soy de esos que cuidan su salud y que la inmortalidad me la tomo en serio. Me hago chequeos completos cada 12 meses: sangre, orina, garganta, oído, huesos, nervios, control del colesterol, revisión de la vista, etc.  Suelo separar siempre el mes de Enero para todos estos controles de inspección, y acostumbro a decir que, ese mes, es mi mes de Vacaciones.

Pero ya la edad y los resquebrajamientos naturales que acompañan al tiempo, me obligaron a acercarme, indefectiblemente, al consultorio del Urólogo.  La tarde que tuve que ir, lo hice con toda la entereza del mundo. Tuve sexo con mi novia 3 veces el día anterior, como para hacerme a la idea de que soy bien hombre, y que acrobacias anales tan dramáticas, no iban a hacerme desistir de seguir perteneciendo a la brigada de los machos.

Pero, oh suerte mía, el único urólogo disponible aquella tarde, era una hermosa dama que se apellidaba Lopez. Ojos grandes, cabello rojizo-marrón ensortijado, dedos pequeños y amables (muy importante) y sensitiva voz.

 
- ¿Que lo trae por acá sr. Valdivia?
- Solo rutina, Doctora…
- ¿Próstata?
- Si, Doctora… ya me toca

La galena sonrió como solo saben hacerlo las urólogas. Me dijo que me levante y vaya a la camilla. Y con esa dulce voz, me dijo que me baje los pantalones y que me apoye en la angarilla, lo cual no me pareció nada dulce. Yo pensaba “Ay Dios, porqué me has abandonado…”, y recordé que era ateo, cosa que no me dio mucho consuelo, lo cual prueba que el cristianismo, para estos casos, es mucho mejor compañero que un paganismo radical a punto de ser desflorado.

Yo veía que la doctora se ponía el guante, y en uno de sus dedos untaba un gel color manteca, protocolos que solo veía en las películas triple X que te ponen en los Hoteles. Comencé a tragar saliva y a esperar que haya un terremoto o una hecatombe nuclear, algo lo suficientemente apocalíptico como para suspender tamaño ultraje.


- No es posible que en este campo, la ciencia no haya avanzado nada –le dije a la doctora, tratando de matar mi nerviosismo- Todos estos métodos son bárbaros, es de una atrocidad exagerada… ¿Qué pasa con la ciencia médica?

-  Así es, Sr. Valdivia. Pero hasta que no se logre auscultar con la misma precisión, este dedito tendrá que seguir haciendo la heroica tarea, nos guste o no.


Se hizo un pequeño silencio. Yo no sabía dónde poner mis manos. Miraba algún punto en el consultorio que me sirva de ancla para desaparecer en la distancia, como para volverme un paisaje ajeno en este naufragio que estaba a punto de vivir. Yo trataba de hacer conversación, intentando ganar un poco de tiempo… “hacer hora”, como dicen los pastrulos de hoy.

 
- Dígame, Doctora, y hablando de su campo, ha leído ese libro “Vida, rencores y astucias del Espermatozoide Acrocéfalo”?
- ¿Cómo dice? ¿Qué clase de libro es ese?
- No lo sé. Lo vi en el pasillo y, la verdad, el solo título me dio miedo…


Y la doctora Lopez comenzó a reír estentóreamente, sin que esto contraiga un ápice sus buenos modos y su benigna fragancia.


- Y, Doctora, esteee… ¿cuanto dura todo el trámite?
- Yo me demoro bastante…
- (mierda!, pensé)

- Muchos pacientes –decía la doctora Lopez-  me han contado que con otros doctores es solo un ‘entra y sale’, sin gastar mucho tiempo… Pero yo digo ¿qué clase de examen será ese?... No lo entiendo. Yo (lo siento mucho), pero tengo qué demorarme, tengo que revisar bien…

- (maldita sea tu juramento hipocrático y urológico! – filosofé)…


- Bueno, voy a entrar –advirtió la doctora Lopez-  Abra ud. un poco más las piernas e incline su cabeza para adelante…


El resto es inenarrable. Fue una de las cosas más horribles que haya vivido en este planeta. La doctora, mientras hacía la inspección, me hablaba y me contaba cosas, y yo estaba ahí, esperando el bendito momento que todo acabe. Vi transcurrir mi existencia. Comencé a recordar todos los gatos que tuve. Me vi en una sala de ensayo a finales de los 70’s, y me vi desde un plano aéreo la primera vez que subí a un escenario… Hasta que, severos segundos después, el tormento al fin se acabó.


- ¿Vio que no pasó nada, Sr. Valdivia?… -dijo la doctora Lopez con el dulce color de su voz

- Lo dudo mucho –le dije, y la doctora volvió a reír


Ante esto yo me limitaba a hacer alguna caricatura de sonrisa. En mi rostro había una lágrima que, conforme había ido completándose el atraco, fue deslizándose desde mi ojo derecho hasta llegar a mis labios, de ahí a mi barbilla, y luego lo vi precipitarse al suelo.  Ya para esos minutos, mientras me acomodaba mi buzo, mi hombría se había marchado hacia algún avergonzado escondrijo, con el tuerto un tanto desconcertado,  y con el péndulo de la dignidad entre las patas.

Pero bueno, me dijo que no había nada extraño, que tenía la próstata de un adolescente (depende a qué adolescente se esté refiriendo) y que todo estaba Ok.  Lo peor fue cuando nos despedimos. La doctora Lopez, con ese candor y con esa sonrisa tan apacible que solo la pueden esbozar las urólogas, me dijo:

- Nos vemos en 12 meses….


(Noooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!...)