Entre bromas y drama, suelo contar que en los 70’s, conseguir discos de
rock o revistas, era como dar largos paseos por la interminable vereda de la
fatalidad. Pero en la Rusia de los 50’s (la Unión Soviética y sus satélites),
el asunto adquiría ribetes de terror. Mientras que en algunos países
latinoamericanos, escuchar o tener discos de Silvio Rodríguez o un libro de
Marx, era penado con cárcel o algo peor, en la URSS, poseer discos de jazz o
rock n roll era ir en contra de los dogmas y, por lo tanto, te enviaban a
Siberia. Ante esto no faltaban aquellos discordantes que buscaban la censurada
música en ocultos radios de onda corta o se pondrán a traficar con discos llegados de “los
países imperialistas”; los muchachos se juntarán con otros disidentes y –a escondidas-
escucharán a Benny
Goodman o a los Platters.
Pero hubo quienes fueron un poquito más allá y comenzaron a fabricar sus
propios y muy personales discos con “música prohibida”. Y en lugar de usar
vinilo virgen o discos de laca, usaban placas de rayos X, material que, si bien
no daba un sonido extremadamente fino, era un poco más sencillo de conseguir,
amén que aguantaba el proceso de “grabado”.
En el libro “Back in the USSR:
The True Story of Rock in Russia” de 1987, Artemy Troitsky nos
dice: “Encontrabas radiografías con los pulmones, la
médula espinal o fracturas de huesos, redondeadas con tijeras, con un agujero
en el centro y los surcos apenas visibles (…) La calidad era horrible, pero el precio era bajo, un
rublo o rublo y medio“.
Así que, aunque nos parezca chiste, Elvis, Bill Haley o algún cantor de
Jazz, sonaban mientras unos huesos o el chamuscado pulmón de un fumador del
Volga, giraban de forma encubierta en alguna tornamesa moscovita.
Como dirían esos memes de la rana René: A veces lamento haber nacido en un país con un mercado discográfico
totalmente infortunado. Luego veo los discos en placas de rayos X de los pobres
ciudadanos rusos, y se me pasa. (Daniel F)