Lo siguiente salió editado en mi tercer libro, "Manuskritos desde una Calle Vedada" (Kipuy Editores, 2009), y lo quiero compartir hoy con uds.
Las
tribunas desaparecen en un solo de pica-pica, banderas y petardos. Todo el
estadio se remece como un gran temblor de corazones incontenibles. El grito de la hinchada se desnuda y convulsiona
en un gran espasmo generalizado… Ha salido el Sport Boys del Callao.
El domingo
22 de Octubre de 1972, me fui con mi hermano Cesar al Estadio Nacional, al
‘coloso de José Díaz’, a ver a nuestro querido Boys. Ya habíamos ido antes a
otros encuentros, pero era la primera vez que estábamos dentro de la barra, ahí
en Occidente alta, donde un gordo no dejaba de batir el bombo, mientras las
matracas daban giros despiadados. Mi mamá se preocupaba mucho de que fuéramos
al Estadio. Y su inquietud no era de la nada. Aún estaba fresca la imagen de
los cadáveres haciendo fila en las baldosas del Estadio, tras la fatalidad de
1964 durante un Perú-Argentina.
Aquel
año, Walter Flores, los hermanos Quijandría, Daga, Carlos Solís, Campaña,
Salguero, Barbadillo, entre tantos otros, se habían vuelto los grandes
animadores del certamen. Enfrentaban nada menos que a uno de los equipos más
poderosos que se hayan construido en este suelo: el Atlético Defensor Lima, los
“cara sucias”, los “tigres” de Breña, un cuadro que vio levantar sus bonos con
la entrada de un acaudalado
empresario de la pesca, tan millonario y ricachón, que contrató a casi toda la
selección peruana que había logrado un elogioso papel en el último mundial y
reforzado con otros elementos de renombre, tanto de acá como del extranjero, haciendo
de aquel equipo de Breña, casi un imbatible.
Apenas el Defensor comenzaba a marcar goles, los equipos rivales buscaban
desesperadamente el túnel de salida y rogaban que el reloj se apresure
en marcar los 90 reglamentarios para poder irse a las duchas y lavar los
deshonores.
La
televisión de esas épocas no acostumbraba a pasar partidos de nuestro Descentralizado
de futbol. Yo veía el Hombre Par, nos reíamos con el Tornillo y mi mamá veía
sus telenovelas mexicanas. Los partidos se seguían por radio. No eran tiempos
del CMD o de los reportes “en directo”, en donde te pasan los previos y las
repeticiones instantáneas, te transmiten en simultáneo 5 partidos y donde los
comentaristas locales, en una seria desorientación geográfica, lo hablan todo
como argentinos. Por ello, había que ir
al Estadio, a ese santuario de la pelota que todavía no se volvía el templo de
nuestros más sonados fracasos en el ‘viril’ deporte del balónpie.
“Tengo dos problemas para jugar al fútbol.
Uno es la
pierna izquierda.
El otro es… la pierna derecha”
(Roberto Fontanarrosa – humorista argentino)
La
televisión de esa época no acostumbraba a pasar partidos de nuestro
Descentralizado de El Sport
Boys está en el campo, haciendo sus previos respectivos, mientras la Barra comienza a hilvanar
sus cánticos. En eso, sale el equipo rival, sale el Defensor Lima, con su
inmaculada combinación de granate y blanco. Salen los ‘cara sucias’ y todo
Occidente es un solo de rechiflas, improperios y pullas. Los oprobios saltan de
un lado y otro. Se da una competencia interminable y sandunguera por ver quien
lanza el insulto más ingenioso.
- Burella, loca lloronaa!! –gritaba el
jefe de la barra rosada. Máxima que estaría repitiéndola una y otra vez durante
todo el encuentro, a lo que el extraordinario guardameta granate respondería con
una sonrisa.
Los
‘cara sucias’ van al centro del campo y alzan los brazos, saludando a su
tribuna, su pequeño atolón de leales que están apostados en Oriente, al frente
mismo de nuestros ojos. Burella, Roberto Challe, José Fernández, Pedro Alexis Gonzáles,
Francisco Gonzáles, Miguel Ángel Tojo, Converti... saludan a su ruidosa barra.
Sus adeptos los reciben con aplausos y vítores, serpentina y más petardos. En
eso, todo el dream team de Breña, da la vuelta con intensiones de
saludar a la tribuna donde estábamos todos nosotros, todo ese pueblo ‘rosado’
en epiléptico estado de gracia. Era el saludo de los contrarios. En esos
momentos yo pensé: que huevones, ni que
se atrevan a saludarnos, los van a pifiar con más ganas… Los ‘cara sucias’
levantan los brazos ante la tribuna rosada y toda la barra del Boys, toda la
tribuna en pleno, incluyendo mi hermano y el jefe de Barra, se ponen de pie y
les dan, para mi sorpresa, una cerrada y respetuosísima ovación. Fue hermoso. De pronto me sentí como en un
mundo irreal donde todos somos capaces de poder ver con respeto a nuestros
contrincantes deportivos y saber distinguir entre un simple juego y la vida
real y cotidiana. Era respeto, era admiración hacia un cuadro que estaba
tumbando rivales como espantajos, como indefensos muñequitos de torta; equipo
imbatible que parecía salir a la cancha diciendo “¿por cuanto ganaremos hoy?”.
No
obstante, en aquella oportunidad el triunfo les fue esquivo. Es más, el Boys
estuvo mucho más cerca de la victoria, pero el encuentro terminó 0 a 0. Un
partidazo. Pero en esos momentos ya no me importaba mucho. Me hubiera dado
igual si hubieran perdido por 3 o por 5 goles, porque ya me habían dado la más
bella lección de respeto y humildad, la más hermosa reprimenda que ganó por
goleada a la insensatez, en donde me sentí mucho más hincha del Boys y con una
mayor pleitesía por sus colores, por su historia y por sus partidarios.
“No hay en el suelo
chalaco
un sólo muchacho con más de un pulmón
que no ande ronco los lunes
por tantos chimpunes que dio al Sport Boys”
un sólo muchacho con más de un pulmón
que no ande ronco los lunes
por tantos chimpunes que dio al Sport Boys”
(‘Carreta’ Jorge Pérez)
Esa temporada,
el Sport Boys del Callao, quedó en décimo tercer lugar y Defensor Lima, como
era de esperarse, terminó entre los primeros. Aquel año el Campeón fue el Club
Sporting Cristal.
Con
el tiempo me fui apartando del fútbol y de todo lo que se le parezca. Pero
igual vi cómo campeonaba Perú en la Copa América del 75, la hermosa campaña del Boys
en el 76, la clasificación de Perú a Argentina 78, el último título del Boys en
1984 y, bueno… vendrían luego los más recientes descalabros nacionales, con sus
escándalos, borracheras, orgullos batidos y arcos vapuleados; gente para quienes
la camiseta es sólo un trapo que te pones pa’ no jugar calato.
En 1987,
mi querido Boys, el Sport Boys de mis amores y mis desconsuelos, inició ese trágico vaivén de perder la categoría y
regresar a la Profesional… Hasta que, al menos hasta el día de hoy, se ha
quedado como un residente porfiado de la Segunda División del Fútbol Peruano. De
todas formas, en cada juego se juega la esperanza, esa antigua dama que a veces
se esconde en los puertos más olvidados o detrás de una modesta pelota.