martes, 17 de febrero de 2015

30 AÑOS FRENTE A UN RÍO



El Festival que viene (este 28 de Febrero), celebra 30 años de una banda que ha tenido la astucia para permanecer en un circuito musical bastante despiadado. Este RÍO no ha dejado de correr en ningún momento, volviéndolos la banda más longeva y exitosa de la Historia. Te guste o no te guste, muchos hemos envidiado su alcance y su indiscutible poder de convocatoria. Negar esa presencia, sería de una mezquindad tan vergonzosa como rumiante.

Esta es una historia que puse en mi libro “Manuskritos desde una Calle Vedada” (2009), que pone en tela de transparencia, esos pequeños y casi ocultos episodios que me han unido a esta banda desde los primeros días del despertar del rock en nuestro país, allá a inicio de los 80’s, una relación que se ha ido fortificando con el tiempo, gracias a las inusitadas y benditas coincidencias.


El ‘Substituto’


Cuando recién hice mi primera cuenta de Facebook, tímidamente comencé a agregar “amigos”… Y apareció uno solicitando mi amistad. En la foto de su perfil, aparecía él con una guitarra y con una camiseta negra con el logo de “Leusemia”… Lo agregué. Luego conversábamos mucho por la mensajería privada. El muchacho resultó muy chévere. Y un día me dijo: “mi papá es del grupo Río”… Ya se imaginarán la mayúscula sorpresa que tuve! Mayúscula y muy agradable, pues me retrotrajo a algunos de mis más encantadores recuerdos.

En 1985, por alguna proscrita y lóbrega razón, la compañía de discos “El Virrey”, una de las más poderosas de su tiempo, contempló la idea de tener entre sus filas, a una banda como Leusemia.

En ese movido 85, la historia de muchos ya había cambiado, dando un remozado y nuevo sentido a los más inciertos caminos en el campo musical. El pop peruano, la llamada “Música Comercial”, envolvía el mundo de nuestras radios con bandas muy nuevas, respirándose distintos y más frescos aires, ante un fragor juvenil que no se veía desde hacía mucho.

Por otro lado, se estaba dando un extraordinario “boom” del llamado “Rock Subterráneo”, con una serie de bandas confinas, quienes lanzaban las propuestas más inéditas: oscuros conjuntos metaleros, bandas de New Wave, Post Punk o del Punk Rock más ortodoxo, reminiscencias sesenteras y una flamante libertad interpretativa. Todo esto se mezclaba con propuestas que iban de lo acústico y trovero hasta lo más experimental y progresivo, en un abstracto e indefinido frente común que se dio en calificar como ‘Movida Subterránea’.

Nuestro evento con la compañía “El Virrey”, distaba mucho de ser un caso normal y corriente. Como no contábamos con instrumentos ni equipos, la empresa puso todo, algo también bastante fuera de los estatutos de la Industria. Nos dieron viáticos, almuerzos en los comedores de la Compañía, un buen porcentaje en las ventas… en fin, gollerías no pedidas y jamás brindadas a tipos que recién grababan su primer disco.

Y resultó que cuando llegó el día de iniciar las grabaciones, el ingeniero se nos acerca y pregunta por el baterista, por Kimba. Todos nos miramos y nos preguntamos exactamente lo mismo. El Sr. Kimba todavía no había llegado. Juan Alberto Matta, el productor del disco, agarra el teléfono y llama a mi casa, a ver si ahí se encontraba el escurridizo tamborilero. No eran los días de los Celulares o la Internet, así que la única manera de ubicar a alguien, era llamando a su casa, a ver si está. ....Y ahí estaba el muy displicente, retozando en su cama, como si la vida fuera gratis y eternamente solazada.

La llamada no fue para nada amable (como debía de ser), y escuchamos al productor –Juan Alberto- granputeando al esponjoso y negligente batero de Leusemia, con frases como…  -Oye, carajo… ¿Qué chucha te pasa? ¿Qué mierda haces ahí? ¡Tamos esperando, viejo! No me vengas con huevadas o a quererme cagar la grabación, porque yo te termino de cagar más feo… ¡Por la putamadre, apúrate, ohe!….



  
Entonces tuvimos que esperar hasta que el hermanito menor se digne en llegar al Estudio (un galpón inmenso, semejante a una cancha de futbol). Pero justo en esos momentos, por esas casualidades de la vida, pasa por ahí Cucho Galarza, bajista de la banda RÍO, alguien que también la hacía como baterista. Río (quienes también eran parte del staff de El Virrey) ya estaba dando qué hablar con su vaporoso pop liviano, y darían mucho más qué hablar con el sencillo que estaban terminando: “Televidente”. Ya antes yo había sujetado un contacto inusual con ellos, cuando los integrantes (Pocho, Cucho y Chachi) me llamaron a la sala de mezclas y me preguntaron si me parecía correcto lo que los Ingenieros estaban queriendo imponer. Resulta que, sin el consentimiento de los miembros de Río, los técnicos habían insertado, casi en medio de la canción, una frase sacada de un comercial de televisión, que decía “porque saben que sin Ariel, no hay chaca chaca”… Y era un encajado tan burdo y tan de mal gusto, que había desatado el enojo natural de los músicos. Yo les di la razón a los de la banda Río y les dije que cualquier arreglo que se quiera dar a una obra, debería de pasar por la aprobación previa de los músicos, y no hacer cosas raras a sus espaldas. Luego todo se arregló y el sencillo saldría a los pocos meses, sin el grosero insertado que pretendían los de la compañía, volviéndose uno de los más grandes hits radiales de nuestra historia.

Pues bien, al encontrar al músico de Río dando vueltas por los pasillos del Estudio, lo saludé, conversamos un poco y le pregunté si nos podía hacer el favor de hacer el ‘seteo’ de batería.

- ¿Qué y su baterista?  -me preguntó con su clásica sonrisa.

- Todavía no llega –le dije

Se comenzó a reír, y aceptó. Luego, muy amablemente, se puso a las órdenes del Ingeniero y procedió a reventar los tones con una paciencia increíble. El sonido era fantástico, inesperadamente prodigioso. Aquella batería –al menos en manos de este compadre- sonaba a cielos. Ninguno de nosotros había nacido con el beneficio de contar con una mediana habilidad instrumental… Así que, maravillados por el sonido que estaba saliendo, nos miramos, inflamos el pecho de alegría y alucinamos que, al menos la batería, iba a sonar con aquellos altísimos niveles de calidad cósmica.

En esos momentos llega el Kimba, y nuestro cordial ‘substituto’ se levanta de su asiento y le sede el puesto al baterista oficial. Le agradecimos el gesto y salió de la Sala. Luego, a una orden del ingeniero, el Kimba se coloca los audífonos y da rienda suelta a la bulla… y toda aquella maravilla que estuvimos oyendo, lamentablemente se fue por los drenajes de la realidad, comenzando la tortura para los técnicos de turno.

Cuando escuchamos aquel ruido atronador y desordenado, Raúl, Leo y yo nos miramos con más pena que gloria… Nos encogimos de hombros y dijimos: “Bueno, al menos vino a grabar, ¿no?”…   

El librito que lancé hace unos años, con estas historias un tanto ocultas