sábado, 10 de mayo de 2014

ENTRE MADRES, AJOS y DESMADRES











PEQUEÑO (PEQUEÑÍSIMO) COPENDIUM ACERCA DE LA GROSERÍA 

Entre todas las figuras o recursos literarios que pueblan el gran espectro del lenguaje, las llamadas “lisuras”, son un sector que, con el tiempo, ha venido a ocupar un digno puesto entre las más usadas y recurridas. Es que, claro, con ellas simplificas muchas cosas, y hasta eres, en algunos casos, mucho más expresivo que con un discurso un poco más, digamos, ‘técnico’.

Lisura es, según una de sus acepciones medianamente usadas, la ausencia de asperezas o arrugas en una superficie. Por ejemplo: “Ese alcalde es buenísimo, nos dejó la pista con una lisura envidiable”. En otro sentido, ‘lisura’ se conjuga como algo verdadero, como ‘sinceridad’ (ejemplo: la lisura de su mirada me conmovió de sobremanera). Pero dejándose de huevadas, la lisura es, en nuestro acervo local y emotivo, una palabra o una acción ‘grosera’; un término ‘malsonante’ que puede tener un rol positivo, como también uno infame.


¡VÁYASE UD. AL CARAJO!

Según el sabio Marco Aurelio Denegri (indiscutible ídolo de las multitudes), “carajo” tiene más de mil años, y es uno de los primeros sobrenombres que tuvo nuestro consentido miembro viril. De todos modos (al igual que con el término “rock and roll”) otro de los usos reiterados de esta poderosa palabrita, estuvo navegando en los barcos, desde los primeros marineros que surcaron el mundo.

En efecto la palabra "carajo" designaba también a la canastilla que se ubica en las alturas del mástil principal de las carabelas o de cualquier barco a vela de aquellos días, que es donde va situado el puesto del vigía. Este puesto, al menos para aquellos marinos novatos, era el menos deseado, por el terrible bamboleo que produce el mar.

Cuando en el barco, alguien se portaba mal, uno de los ‘castigos’ era mandarlo a aquel puesto de vigía, vale decir ‘lo mandaban al carajo’. De ahí viene la expresión “¡Váyase ud. al carajo!”.

Con el tiempo, ‘carajo’ estuvo en nuestras frases, tanto por sus contornos eficientes y buenos, como por sus lados negativos. “Esta comida está más buena que el carajo!”… “Mi equipo de fútbol ya se fue al carajo!”… “Pero tío ¿a ti que carajos te importa lo que diga ese huevón?”… "¿Pero qué carajo ha cobrado ese árbitro?”

 
A LA MIERDA LO DEMÁS 

De chiquitos aprendemos a distinguir las palabras ‘buenas’, de los términos ‘malos’. Sobre todo si vives en barrios donde si no dices lisuras, eres un huevón. Y otro de los términos más populares e históricos, es ‘mierda’, una palabra que, desde siempre, se le asoció al excremento humano. Hasta donde se ha estudiado, era exclusivamente sobre las deyecciones humanas, no de los animales. Y sus orígenes se plantan desde que el Latín se fue transformando en castellano.

Joan Ramón Saavedra Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico castellano e hispánico, no ofrece ninguna documentación acerca de los primeros y primitivos momentos para tan real vocecita, y solo se limita a señalar que se trata de una palabra presente en el habla española desde los orígenes de la lengua y desde nuestras más profundas defecaciones.

Al igual que con ‘carajo’, la cosa viene bien por donde lo agarres, ya sea como adjetivo (“eres una mierda”), como expresión emotiva del momento (¡mierda! ¿Qué pasó ahí?”), como piropo de cloaca (“Te amo como mierda”) o como mejor te acomode (“Esa canción me gusta como mierda”, “Ese Festival salió hecho una mierda”, “¿Y qué mierda dijo ahora nuestro Presidente?”, etc, etc).


SON HUEVADAS, TÍO…

Huevón es el que se comporta excesivamente calmoso, sosegado; aquel que tiene reacciones demasiado lentas. Cuando uno está en un aplatanamiento total y lerdo, pues se dice que está “ahuevado”.  Cuando alguien habla estupideces, se dice que ‘habla huevadas’. Mientras que ‘hueviar’ significa ‘pasar el rato sin hacer ni mierda’.

En algunos diccionarios, el término ‘huevón’ está puesto como un ‘chilenismo’, algo que los vecinos del sur nos dejaron a su paso por Perú, desde sus primeras invasiones en 1836. Pero en realidad ‘huevón’ es un vocablo que viene paseándose desde México hasta estas sudamericanas tierras, desde hace ya una buena punta de historias. En México, por ejemplo, un huevón es alguien tonto ‘porque le pesan los huevos’, pero también lo conjugan como ‘haragán’, ‘flojo’. En Chile, un huevón es alguien que se comporta como idiota, porque ‘los huevos no lo dejan pensar’ (verbigracia: el amor te pone así). En Venezuela se opta por garrapatear “guevón”, con G, para diferenciarlo del producto avícola y reptiliano.
  
En nuestras desorbitadas calles, en una conversación amical y sin mucha pompa, la palabrita ‘huevón’, saldrá disparada a cada momento, dependiendo del grado de confianza que podamos tener con nuestros eventuales interlocutores. (“Huevón, no te pases, esa canción que has hecho está muy paja!”… “Huevón, esa hembrita ta’ que te hace ojos hace rato”… “No seas huevón, primo, sal a buscarla, te apuesto que te da bola”… “¿Pero cómo chucha ha fallado el penal ese huevón?”)
 
La aféresis más común entre los peruanos (también entre los chilenos), es el clásico ‘on’, aféresis que utilizamos casi como muletilla a la hora de conversar con cualquier cristiano o antirreligioso que se nos cruce: “Habla, on… ¿cómo estás?”, “A esos sitios no voy, pe, on… Ta muy lejos”… “No, pe, on, esa hembrita ya no me interesa”... “Si, on, una lástima, ese negocio nos salió por el culo”…


DEJEMOS DE HABLAR COJUDECES 

Si uno está acostumbrado a meter sus narices en los más voluminosos diccionarios del mundo, verá que “cojudo” resulta en “animal que no ha sido castrado”, vale decir, que no ha perdido sus cojones. El problema es que si te toca un profesor cojudo que solo se limita a las conceptualizaciones que le brindan aquellos gordos textos (muchas veces escritos por cojudos), pues te contagiará su cojudes y saldrás del colegio más cojudo que cuando entraste.

Cojudo es uno de esos vocablos que, a decir de los conocedores, es uno de nuestros peruanismos más peruanos del cual deberíamos sacar pecho, mucho más que del ceviche o la papa amarilla. “Cojudo” es de uso coloquial, desdeñoso e insultante, y también se usa como sustantivo. Cuenta con una morfología y sexualidad que te permite usarlo por el camino que quieras: O es cojudo o es cojuda. Como adjetivo calza genial.  “Ese vecino tuyo es un cojudo”, “No te pases, tío, no seas cojudo!”, “Ese pata solo habla cojudeces”…

En el norte peruano, la gentita calurosa y sofocada, bebe su chicha en lo que llaman (desde tiempos lejanos) “cojudo de chicha” o “cojudito”, o también “poto” (otra palabrita interesante). Para quienes han tenido la oportunidad de beber algo en estos soportes, se habrán dado cuenta que tiene una forma muy particular, y su parecido a unos testículos nos dan la pista para este nombre tan significativo.   


Luis Felipe Angell, peruano, escritor, destacado humorista, más conocido como Sofocleto, editó en los 70’s, “Los Cojudos”, toda una encíclica acerca de esta raza de impropios y desfasados que, como anotó en su libro: "Dios hizo a los cojudos para que los demás peruanos no se murieran de hambre."

En este formidable texto de recomendable búsqueda, el gran Sofocleto nos cojudea de la siguiente manera: “Nadie se atrevería a sostener, por ejemplo, que la palabra “cojudo” es de origen griego o que en algún remoto idioma quiere decir “crepúsculo”. No. Cojudo quiere decir cojudo, a secas. Y, si bien para algún campesino español este vocablo sólo se refiere a un “animal no castrado”, en el Perú, por razones que algún día quedarán al descubierto, casi diríamos que pertenece al patrimonio nacional. Porque entre nosotros la palabra “cojudo” se ha sublimado hasta alcanzar niveles sensoriales y características de ser vivo. Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele, tiene color y temperatura, dimensión, forma y hasta sabor. Más allá del idioma, la cojudez nos penetró en la sangre y, a través de ella, nos invadió el cerebro. Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus posibilidades y variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda frontera que separaba a los demás cojudos de nosotros. De la noche a la mañana comenzamos a fabricar cojudos en serie, exportando a los más completos (muchos de ellos a través del Servicio Diplomático) para infiltrar la cojudez en los países vecinos. El clima, el aire, el mar de nuestras costas, los microbios, el agua, el cielo e, inclusive, los rayos de la Luna al cruzar por la atmósfera, todo se volvió cojudo en el Perú, hasta que un día, de la manera más cojuda, comprendimos que no teníamos alternativa ni salida.” (Sofocleto – Los Cojudos)


Pero bueno, la lista de palabrotas es larga, eso lo sabemos. Solo espero no haber cojudeado a nadie y mandarlos al carajo con esta nota que -entre nos- solo intenta contribuir al buen hablar de nosotros los malsonantes, como para que no nos terminen mandando a la mierda cada vez que decimos alguna que otra huevada.