PEQUEÑO (PEQUEÑÍSIMO) COPENDIUM ACERCA DE LA GROSERÍA
Entre
todas las figuras o recursos literarios que pueblan el gran espectro del
lenguaje, las llamadas “lisuras”, son un sector que, con el tiempo, ha venido a
ocupar un digno puesto entre las más usadas y recurridas. Es que, claro, con
ellas simplificas muchas cosas, y hasta eres, en algunos casos, mucho más
expresivo que con un discurso un poco más, digamos, ‘técnico’.
Lisura es, según una de sus acepciones
medianamente usadas, la ausencia de asperezas o arrugas en una superficie. Por
ejemplo: “Ese alcalde es buenísimo, nos
dejó la pista con una lisura envidiable”. En otro sentido, ‘lisura’ se
conjuga como algo verdadero, como
‘sinceridad’ (ejemplo: la lisura de su
mirada me conmovió de sobremanera). Pero dejándose de huevadas, la lisura
es, en nuestro acervo local y emotivo, una palabra o una acción ‘grosera’; un
término ‘malsonante’ que puede tener un rol positivo, como también uno infame.
¡VÁYASE
UD. AL CARAJO!
Según
el sabio Marco Aurelio Denegri (indiscutible
ídolo de las multitudes), “carajo” tiene más de mil años, y es uno de los primeros
sobrenombres que tuvo nuestro consentido miembro viril. De todos modos (al
igual que con el término “rock and roll”) otro de los usos reiterados de esta
poderosa palabrita, estuvo navegando en los barcos, desde los primeros
marineros que surcaron el mundo.
En
efecto la palabra "carajo" designaba
también a la canastilla que se ubica en las alturas del mástil principal de las
carabelas o de cualquier barco a vela de aquellos días, que es donde va situado
el puesto del vigía. Este puesto, al menos para aquellos marinos novatos, era
el menos deseado, por el terrible bamboleo que produce el mar.
Cuando
en el barco, alguien se portaba mal, uno de los ‘castigos’ era mandarlo a aquel
puesto de vigía, vale decir ‘lo mandaban al carajo’. De ahí viene la expresión
“¡Váyase ud. al carajo!”.
Con
el tiempo, ‘carajo’ estuvo en nuestras frases, tanto por sus contornos
eficientes y buenos, como por sus lados negativos. “Esta comida está más buena
que el carajo!”… “Mi equipo de fútbol ya se fue al carajo!”… “Pero tío ¿a ti
que carajos te importa lo que diga ese huevón?”… "¿Pero qué carajo ha cobrado
ese árbitro?”
A
LA MIERDA LO
DEMÁS
De
chiquitos aprendemos a distinguir las palabras ‘buenas’, de los términos
‘malos’. Sobre todo si vives en barrios donde si no dices lisuras, eres un
huevón. Y otro de los términos más populares e históricos, es ‘mierda’, una palabra que, desde
siempre, se le asoció al excremento humano. Hasta donde se ha estudiado, era
exclusivamente sobre las deyecciones humanas,
no de los animales. Y sus orígenes se plantan desde que el Latín se fue transformando en
castellano.
Joan Ramón Saavedra Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico
castellano e hispánico, no ofrece ninguna documentación acerca de los primeros
y primitivos momentos para tan real vocecita, y solo se limita a señalar que se
trata de una palabra presente en el habla española desde los orígenes de la
lengua y desde nuestras más profundas defecaciones.
Al igual que con ‘carajo’, la cosa viene bien por donde
lo agarres, ya sea como adjetivo (“eres una mierda”), como expresión emotiva
del momento (¡mierda! ¿Qué pasó ahí?”), como piropo de cloaca (“Te amo como
mierda”) o como mejor te acomode (“Esa canción me gusta como mierda”, “Ese
Festival salió hecho una mierda”, “¿Y qué mierda dijo ahora nuestro Presidente?”,
etc, etc).
SON HUEVADAS, TÍO…
Huevón es el que se comporta excesivamente calmoso, sosegado; aquel que tiene
reacciones demasiado lentas. Cuando uno está en un aplatanamiento total y
lerdo, pues se dice que está “ahuevado”.
Cuando alguien habla estupideces, se dice que ‘habla huevadas’. Mientras
que ‘hueviar’ significa ‘pasar el rato sin hacer ni mierda’.
En algunos
diccionarios, el término ‘huevón’
está puesto como un ‘chilenismo’, algo que los vecinos del sur nos dejaron a su
paso por Perú, desde sus primeras invasiones en 1836. Pero en realidad ‘huevón’
es un vocablo que viene paseándose desde México hasta estas sudamericanas tierras,
desde hace ya una buena punta de historias. En México, por ejemplo, un huevón
es alguien tonto ‘porque le pesan los huevos’, pero también lo conjugan como
‘haragán’, ‘flojo’. En Chile, un huevón es alguien que se comporta como idiota,
porque ‘los huevos no lo dejan pensar’ (verbigracia: el amor te pone así). En
Venezuela se opta por garrapatear “guevón”, con G, para diferenciarlo del
producto avícola y reptiliano.
En nuestras
desorbitadas calles, en una conversación amical y sin mucha pompa, la palabrita
‘huevón’, saldrá disparada a cada momento, dependiendo del grado de confianza
que podamos tener con nuestros eventuales interlocutores. (“Huevón, no te
pases, esa canción que has hecho está muy paja!”… “Huevón, esa hembrita ta’ que
te hace ojos hace rato”… “No seas huevón, primo, sal a buscarla, te apuesto que
te da bola”… “¿Pero cómo chucha ha fallado el penal ese huevón?”)
La aféresis más común
entre los peruanos (también entre los chilenos), es el clásico ‘on’, aféresis
que utilizamos casi como muletilla a la hora de conversar con cualquier
cristiano o antirreligioso que se nos cruce: “Habla, on… ¿cómo estás?”, “A esos
sitios no voy, pe, on… Ta muy lejos”… “No, pe, on, esa hembrita ya no me
interesa”... “Si, on, una lástima, ese negocio nos salió por el culo”…
DEJEMOS DE HABLAR
COJUDECES
Si uno
está acostumbrado a meter sus narices en los más voluminosos diccionarios del
mundo, verá que “cojudo” resulta en “animal
que no ha sido castrado”, vale decir, que no ha perdido sus cojones. El
problema es que si te toca un profesor cojudo que solo se limita a las
conceptualizaciones que le brindan aquellos gordos textos (muchas veces
escritos por cojudos), pues te contagiará su cojudes y saldrás del colegio más
cojudo que cuando entraste.
Cojudo es uno
de esos vocablos que, a decir de los conocedores, es uno de nuestros
peruanismos más peruanos del cual deberíamos sacar pecho, mucho más que del
ceviche o la papa amarilla. “Cojudo” es de uso coloquial, desdeñoso e
insultante, y también se usa como sustantivo. Cuenta con una morfología y
sexualidad que te permite usarlo por el camino que quieras: O es cojudo o es
cojuda. Como adjetivo calza genial. “Ese
vecino tuyo es un cojudo”, “No te pases, tío, no seas cojudo!”, “Ese pata solo
habla cojudeces”…
En el norte peruano, la gentita
calurosa y sofocada, bebe su chicha en lo que llaman (desde tiempos lejanos)
“cojudo de chicha” o “cojudito”, o también “poto” (otra palabrita interesante).
Para quienes han tenido la oportunidad de beber algo en estos soportes, se
habrán dado cuenta que tiene una forma muy particular, y su parecido a unos
testículos nos dan la pista para este nombre tan significativo.
Luis Felipe Angell, peruano, escritor, destacado
humorista, más conocido como Sofocleto, editó en los 70’s, “Los
Cojudos”, toda una encíclica acerca de esta raza de impropios y desfasados que,
como anotó en su libro: "Dios hizo a los cojudos para que los
demás peruanos no se murieran de hambre."
En este
formidable texto de recomendable búsqueda, el gran Sofocleto nos cojudea de la
siguiente manera: “Nadie se atrevería a
sostener, por ejemplo, que la palabra “cojudo” es de origen griego o que en
algún remoto idioma quiere decir “crepúsculo”. No. Cojudo quiere decir cojudo,
a secas. Y, si bien para algún campesino español este vocablo sólo se refiere a
un “animal no castrado”, en el Perú, por razones que algún día quedarán al
descubierto, casi diríamos que pertenece al patrimonio nacional. Porque entre
nosotros la palabra “cojudo” se ha sublimado hasta alcanzar niveles sensoriales
y características de ser vivo. Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele,
tiene color y temperatura, dimensión, forma y hasta sabor. Más allá del idioma,
la cojudez nos penetró en la sangre y, a través de ella, nos invadió el
cerebro. Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus
posibilidades y variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un
sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda frontera que
separaba a los demás cojudos de nosotros. De la noche a la mañana comenzamos a
fabricar cojudos en serie, exportando a los más completos (muchos de ellos a
través del Servicio Diplomático) para infiltrar la cojudez en los países
vecinos. El clima, el aire, el mar de nuestras costas, los microbios, el agua,
el cielo e, inclusive, los rayos de la
Luna al cruzar por la atmósfera, todo se volvió cojudo en el
Perú, hasta que un día, de la manera más cojuda, comprendimos que no teníamos
alternativa ni salida.” (Sofocleto – Los Cojudos)
Pero
bueno, la lista de palabrotas es larga, eso lo sabemos. Solo espero no haber
cojudeado a nadie y mandarlos al carajo con esta nota que -entre nos- solo
intenta contribuir al buen hablar de nosotros los malsonantes, como para que no
nos terminen mandando a la mierda cada vez que decimos alguna que otra huevada.