Habíamos planeado la jugada en muchas ocasiones. Mi compadre
Willy se llevaría la pelota y con ella a medio equipo rival intentando
quitársela, mientras yo –sigiloso- lo seguiría de cerca. Y cuando ya esté en
posición de tiro, Willy dejaría “muerto” el balón en el camino y seguiría su
carrera haciendo que todos piensen que él aún tiene la pelota, aprovechando –yo-
para patear el esférico e hinchar las redes contrarias.
Pero esto lo
decíamos como una fantasía. Yo siempre jugaba de defensa central, y hacer un
gol no estaba en mis apetencias. Y mi compadre Willy, rara vez participaba en
alguno de los partidos que disputábamos los fines de semana con el equipo del
barrio, el Club Deportivo Huracán.
Pero una mañana, todo coincidió. Willy formaría parte del
equipo y, como habíamos imaginado cien veces en nuestros devaneos
futbolísticos, logró desmarcarse de uno y dos rivales y se dirigió al arco de
los Diablos Rojos, nuestro contendor de turno… “¡Danieelll!”, escuché que gritó,
y corrí detrás de él. Y justo cuando mi compadre llega al borde del área
contraria, deja el balón y –ante el desconcierto de los rivales- yo enfilo una
patada tan furibunda, que la pelota se introdujo limpiamente en el arco rival,
anta la angustiante estirada del “Pedro Picapiedra”, el portero de los Diablos.
Fue un golazo. Y fue el único gol que hice en estos encuentros que se daban los
fines de semana allá por los 60’s, en la Unidad Vecinal # 3. Pero, como diría
mi compadre Willy (que hasta hoy lo sigo viendo): “esa es la diferencia entre
un único gol y un gol único”.
Que buen relato, F. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarGolazo jajaja bien maestro, Daniel F selección jajaja
ResponderEliminarGoooolll!!!!
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